jueves, 5 de septiembre de 2013

Espíritas y Espiriteros III



Hace quince años justamente, en Diciembre de 1876, publicábamos en “El Criterio Espiritista” un artículo titulado “Los espiritistas falsos”, tratando el asunto que ahora nos ocupa y designando con el calificativo de falsos a los que llamamos espiriteros, gráfica palabra que no hemos inventado pero si generalizado, porque define bien a los que consideramos como el mayor obstáculo para la propagación de nuestras doctrinas y por lo tanto como el mayor enemigo del Espiritismo, siendo la antítesis del verdadero espiritista que, como decía Allan Kardec y no nos cansaremos de repetirlo, se reconoce por su transformación moral y por los esfuerzos que hace para dominar sus malas inclinaciones.

Son de oportunidad y encajan aquí perfectamente las consideraciones que en aquella fecha hacíamos y que vamos a reproducir.

Distinguimos en nuestra gran comunión tres grupos: los verdaderos espiritistas, únicos que este calificativo pueden apropiarse, que son aquellos que han estudiado, conocen y practican las enseñanzas de los Espíritus, recopiladas en los libros fundamentales de la doctrina; los indiferentes o egoístas, representados en quienes teniendo aquel conocimiento y atentos parcialmente a aquella práctica, limitan su esfera de acción espiritista, digámoslo así, a lo que al propio individuo se refiere, ora porque habiendo hallado su idea se creen dispensados de hacer partícipes a los demás, ora porque su actividad docente se enerve ante contrariedades, dificultades o peligros; por último, los espiritistas fanáticos, que aun considerándose como iniciados en la sublime y consoladora doctrina, no la han comprendido y tal vez sólo consiguieron salir de una superstición para incurrir en otra.

A estos últimos grupos, que comprendemos generalmente con el nombre de “espiritistas falsos” es a quienes nos dirigimos, por considerarlos, según hemos dicho, como el primer obstáculo para la extensión del Espiritismo. Y al dirigirnos a ellos, no se crea que pretendemos lanzar desde el Vaticano de nuestra creencia el rayo de la excomunión y el anatema pontificio. Nuestra doctrina no reconoce inmutables dogmas, ni permite pontificados infalibles. Habla a la razón en nombre de la razón y sólo por la razón estima que puede sostenerse. En este sentido pues, y con este alcance únicamente, es como habrán de tomarse las ligeras apreciaciones que nos permitimos sobre tan trascendental asunto, en el que debemos insistir uno y otro día, porque así lo reclaman el buen nombre de la doctrina y el éxito de la propaganda y sobre todo el nuevo período en que ha entrado el Espiritismo.

La primera fase que éste presentó fue la de la curiosidad o investigación superficial, caracterizada en las llamadas “mesas giratorias”; fue su segunda fase la filosófica, representada por la publicación de las obras fundamentales de Allan Kardec (hoy vertidas a las principales lenguas modernas), la aparición de la prensa espiritista y la constitución de centros organizados para el estudio y la propaganda; finalmente, el Espiritismo entró y se halla hoy, en el período o fase religiosa, comenzando a diseñarse en el horizonte la fase puramente científica o estudio aislado de la fenomenología espiritista. Este estudio, que ha partido de fuera de nuestra comunión (Cox, Crookes, Wallaces, Varley, Dr. Puel, etc.) (1), auxiliará poderosamente como elemento de comprobación a la marcha de la doctrina en su período religioso.

Este no supone, sin negar la esencia de nuestra doctrina, la tendencia a levantar nueva Iglesia con nuevos dogmas y nuevo culto; significa, por el contrario, la necesidad de considerarlos a todos iguales, reconociendo su respectiva influencia histórica, para levantar sobre sus actuales ruinas el ideal religioso, basado en un superior concepto de la vida, el concepto que al campo filosófico ha traído el Espiritismo.
De poco sirve conocerle si se vive como si no se conociera. Es preciso no sólo que sus principios los tengamos siempre en los labios, sino y esto es lo esencial, que determinen nuestra conducta, evitando el divorcio entre la creencia y la vida, que censuramos en las religiones positivas. El Espiritismo, además de doctrina, filosofía y ciencia, es regla universal de vida.

Determinadas claramente las relaciones del hombre para con Dios, para consigo mismo, para con los demás y para con la Naturaleza, importa pues acomodar las acciones a la regla prescrita, que aceptamos, no porque la enseñen los Espíritus, sino porque la razón la sanciona en nuestra conciencia. Creer lo que no repugne la inteligencia, esto es, pensar antes de creer; esperar con seguridad el justo merecido a nuestras acciones, en el transcurso de las vidas que constituyen la infinita vida del espíritu; amar al Supremo Hacedor en todas sus obras, como única e indispensable condición para el merecimiento, es decir, caminar hacia la perfección, tal es nuestra síntesis religiosa.

Siendo así y dado que todas nuestras facultades se resumen en la actividad, como toda vida se resume en el movimiento, de ahí que el único camino de perfección se halle en las obras, que pueden ser de pensamiento, de palabra, de acción y de intención y que en ellas cifremos toda nuestra religiosidad.

Dados estos conceptos fundamentales, fácil es señalar quienes no son verdaderos espiritistas. No lo es aquel que, abjurando de su razón, cree en todo sin más que porque para él se presenta con los caracteres de la comunicación espiritual, que así puede simularse por falsos médiums, como ser inspirada por Espíritus menos adelantados que nosotros, no lo es el que espera progresar en virtud sólo de su creencia y sin santificarse por las buenas obras; no lo es quien, atento únicamente a su propio mejoramiento, niega, activa o pasivamente, su concurso al perfeccionamiento de los demás; no lo es el que, por atender a la vida presente, descuida pensar en la vida futura o viceversa; no lo es, en fin, el que olvida llevar a todos los actos de la vida las prescripciones de nuestra regeneradora doctrina, que nos manda crear abriendo los ojos de la razón, esperar sin impaciencias y amar a Dios en todo lo que es y existe.

Véase pues, como la fuerza, no del anatema, sino de la lógica, nos lleva a considerar fuera de la comunión espiritista, porque ipso facto la han abandonado, a todos aquellos que hemos calificado de espiritistas falsos o espiriteros, no, a la verdad, el mayor número entre los cuarenta millones que nos contamos en el planeta, pero sí bastantes para que los conceptuemos como el mayor enemigo del Espiritismo.

Vizconde de Torres-Solanot
Revista de Estudios Psicológicos
Noviembre de 1891

(1) Hoy podrían añadirse Zöllner, Paul Gibier, Lombroso, etc. y sobre todo la “Sociedad Dialéctica de Londres” y las varias Sociedades de Investigaciones Psíquicas creadas para estudiar los fenómenos del Espiritismo y a las que pertenecen distinguidos hombres de ciencia.

Conócete a ti mismo



“Conócete a ti mismo”, es quizás el aforismo griego más famoso que nos ha llegado a nuestros días, inscrito en el Templo de Apolo en Delfos es atribuido a grandes filósofos griegos como Heráclito, Pitágoras y principalmente a Sócrates.

La pregunta 919 de El Libro de los Espíritus nos responde con dicho aforismo ante la siguiente pregunta: “¿Cuál es el medio práctico más eficaz para mejorarse en la presente existencia y resistir a las instigaciones del mal?  -Un sabio de la antigüedad os lo dijo: “Conócete a ti mismo.”

El conocimiento de sí mismo es la clave del mejoramiento personal. ¿Cómo cambiar si no detectamos qué es lo que nos hace errar?“... observa, pues, tus impulsos. Deseando, sientes. Sintiendo, piensas. Pensando, realizas. Realizando, atraes...” (Extraído del libro “Siembra de médiums” de Chico Xavier).

Son principalmente nuestros impulsos los generadores de nuestros comportamientos. Internamente brotan del subconsciente automáticamente sin ser cuestionados por nuestro consciente. Recogemos siempre lo que sembramos como mecanismo ineludible de la Ley de Acción y Reacción, por la cual evolucionamos aprendiendo de nuestros propios errores en una sucesión de lecciones educativas para el espíritu vida tras vida.

Mientras no hay Conocimiento, vagamos sin cesar de una a otra existencia reencarnatoria sufriendo las consecuencias de los propios errores sin saber bien porqué el destino nos trata de esa manera. Es lo que las filosofías orientales llaman estar atrapados en la Rueda del Karma.

Podemos resumir la cuestión de conocerse a sí mismo a un problema de falta de Consciencia y Conocimiento.

Conocimiento para poder discernir siempre la acción más elevada, el Bien; y Consciencia, para detectar instante a instante, los impulsos retenidos que quieren suplantar a nuestra Voluntad Consciente. Todo ello requiere un gran esfuerzo continuo de transformación y aprendizaje interior con vistas a modificar tendencias inferiores de nuestro subconsciente para automatizar sentimientos y hábitos que nos impulsen hacia la iluminación, momento en el cual nos liberamos de la necesidad reencarnatoria de “renacer del agua y del espíritu”, para alcanzar el Reino de los Cielos, tal como realmente nos enseña Jesús en el Evangelio. Renacer del agua como símbolo de adquirir una nueva vida material, y renacer del espíritu, como símbolo de la necesidad imperiosa de transformarnos interiormente para poder liberarnos definitivamente de nuestras tendencias inferiores que nos anclan a la materia y a las vidas sucesivas.

Autoconocimiento

En la noche, antes de recogernos para obtener el sueño reparador, debemos meditar sobre lo bueno y lo errado que hayamos realizado en el día (pregunta 919 de El Libro de los Espíritus). Como guía para ello, podemos profundizar en las pautas que nos propone Joana de Angelis en el libro “Autoconocimiento”, psicografiado por Divaldo P. Franco: a) Examinar nuestro comportamiento frente a uno mismo, b) Examinar nuestro comportamiento frente a los demás, y c) Examinar forma en que desarrollamos nuestros valores íntimos. Estas pautas las desarrollamos a continuación:

a) Cómo se reacciona delante de sí mismo:

Toda reacción emocional hacia uno mismo pone a prueba el autoamor que nos tenemos, frente el orgullo y el egoísmo. Ataques de cólera, amarguras, odios, envidias, celos, etc. Son manifestaciones de egoísmo, orgullo y carencia de verdadero autoamor.

En artículos anteriores ya hemos hablado del egoísmo y del orgullo como carencias de seguridad interior en niveles materiales, emocionales y mentales. Pasamos a continuación a describir algunas de las características del autoamor:

- Como sentimiento sublime, no nos separa del prójimo, sino que sienta la base del verdadero amor empezando por uno mismo, con nuestro cuerpo, nuestras emociones e ideas, para después proyectar dicho amor hacia los demás. Te hace consciente de la necesidad de amar a los demás.

- Llena todas las cavidades de las carencias emocionales que erróneamente intenta tapar el egoísmo y nos brinda la seguridad en nosotros mismos como premisa para confiar en los demás erradicando el orgullo separador.

- Nos habilita para abrirnos hacia los demás hacia relaciones sanas, caritativas y fraternales.

- Es escudo contra desequilibrios emocionales como el complejo de inferioridad, depresión, apatía o desesperación.

Síntomas resultantes de la carencia de autoamor:

-Los celos nos indican carencias afectivas, dependencia de la sensación de sentirnos amados externamente por alguien que utilizamos para tal fin. Si amaramos realmente, antepondríamos su felicidad y libertad sobre nuestros intereses-carencias.

-Amargura: sabor que nos queda ante un suceso que aborrecemos y nos corroe por dentro. Normalmente es manifestada mediante continuas quejas que nos debilitan extenuando nuestra energía vital. Las quejas son una declaración de desesperanza e insatisfacción.

Debemos considerarlas como una manifestación de desagradecimiento hacia la Providencia Divina, que nos trae siempre, en cada momento, aquello que necesitamos, generalmente, de forma ajena a nuestro entendimiento.

Siempre será necesario el cambio de perspectiva, hacia un punto de vista más espiritual, donde agradezcamos a Dios las oportunidades de aprendizaje, y tomar consciencia del dolor como mecanismo regenerador. Nuestro subconsciente necesita aprender a veces por las malas, cuando le hemos permitido "engordar" de errores. Nos faltó ser conscientes durante el origen del problema, cuando permitimos por falta de conocimiento la caída o la inacción. Después vino la automatización mediante la reiteración y finalmente, vivir las consecuencias para liberarnos mediante el dolor. Cuantos hay que manteniéndose en la ignorancia, repiten constantemente la cruda lección.

- Odio, venganza:

La ausencia completa de autoamor nos lleva a al enfrentamiento, a la ira, con objeto de la aniquilación de lo odiado. El origen de tal situación es siempre el miedo. El miedo aniquila toda posibilidad de autoamor (y por consiguiente el amor hacia los demás), desvirtuándolo en egoísmo. El completo egoísta no tiene capacidad de amar, ni siquiera a sí mismo, por tanto carece de autoamor. Lo que siente hacia sí mismo son las sensaciones que le producen los sentidos y las relaciones que mantiene con el exterior. Es completamente un esclavo de lo externo, al carecer de una mínima producción interior de valores edificantes, tiene verdaderas necesidades externas de reconocimiento, afecto, etc. Llega a necesitarlas como el alimento físico, y su instinto de supervivencia lucha por ellas al mismo nivel que cuando peligra su vida física. Ante un enemigo, físico o emocional, responde con la misma ira, odio y lucha.

- Envidia:

Proyectamos en las posesiones y características que vemos en los demás nuestras más profundas esperanzas con fin de satisfacer nuestras carencias.

En la medida que nuestras carencias son internas, difícilmente podremos sufragarlas externamente, autoengañándonos con ello.

Caemos ante un proceso de verdadera autofascinación, o fascinación cuando es producida o potenciada por influencias espirituales inferiores con las que sintonizamos.

Descubrimos aquí la importancia de la Ley de Sintonía en nuestro día a día, con la continua lucha por el despertar espiritual y la transformación moral.

No estamos solos en el peregrinar de las existencias. Se aplica aquí el refranero popular: "Dios los cría, y ellos se juntan". El Espiritismo nos enseña cómo durante el día estamos acompañados por los espíritus afines a nuestros pensamientos y altura moral; y como durante la noche nos desprendemos para acudir junto a aquellos que nos llaman y atraen por afinidad e intereses comunes (recomendamos la lectura del libro “Liberación” de Chico Xavier).

La oración será nuestro verdadero auxilio ante cualquier influencia externa en nuestra psique. Con ella cambiamos la sintonía hacia vibraciones más elevadas que nos alejan de tales influencias, dándonos la libertad de actuar, alejados de las influencias obsesionas cuyos intereses son que no cambiemos para que sigamos alimentando sus filas, con pensamientos y acciones negativos que aprovechan para sus fines de alimentar de oscuridad las conciencias.

b) Nuestro comportamiento frente los demás:

Debemos analizar nuestras reacciones frente al prójimo, principalmente en los ámbitos donde nos sentimos seguros. Habitualmente los convencionalismos nos obligan a contenernos, demostrando realmente cómo somos sólo en los ambientes donde nos sentimos libres o con poder. Hay personas que en su trabajo no expresan su despotismo hogareño, otras que son maravillosas con su pareja mientras son novios, transformándose en verdaderos opresores cuando formalizan su relación.

Nuestro comportamiento con las personas que más debemos amar (nuestro hogar) muestra claramente las limitaciones de nuestros sentimientos por los demás. No sólo eso, claramente es por donde debemos empezar a poner en práctica la máxima “amar al prójimo como a sí mismo”, para continuar agrandando el círculo de nuestros sentimientos desde nuestro hacia la Humanidad Universal.

Analicemos nuestros hábitos ante situaciones inesperadas frente a los demás. El autocontrol desarrollado ante uno mismo debe desarrollarse frente a nuestras reacciones ante los demás. El autoamor es la base del amor por los demás como a uno mismo, desde el momento en que nuestra felicidad dependerá directamente de su felicidad. Amarse a uno mismo es amarse en unión con Dios y al prójimo, sintiéndonos parte de un todo muchísimo mayor que nosotros. El autoamor por tanto nos ayuda a crecer en humildad y virtud.
El autoamor, a su vez, llena de seguridad nuestro interior frente al mundo externo, nos aporta naturalidad y apertura a las relaciones interpersonales, permitiéndonos superar cualquier actitud de timidez, retraimiento y desconfianza por los demás. El autoamor lleva al amor por los demás y el amor por los demás nos permite el cambio de mentalidad preciso para recordar y vivir según la máxima: “el mal que me hacen no me hace mal, el mal que yo hago es lo que me hace mal”.

c) De qué forma desarrollamos lo valores íntimos con relación a sí mismo y a los demás:
En relación a uno mismo, los valores íntimos son los pensamientos, sentimientos y emociones que conforman nuestro ser. Somos dínamos generadoras de corrientes de energía, mental y emocional que impregna todo lo que nos rodea,  retornándonos como fuerzas revitalizadoras cuando son causadas por pensamientos y sentimientos elevados, o como ondas desequilibradoras cuando caemos en lo contrario.

El estudio del “Evangelio según el Espiritismo” y de las obras espíritas sobre moralidad, nos dan el conocimiento que anteriormente hemos mencionado como uno de los ingredientes fundamentales para la reforma íntima. El segundo ingrediente, la consciencia, en niveles prácticos supone desarrollar nuestro autocontrol, a partir del conocimiento adquirido.

En este caso hablamos del control constante de los pensamientos, sentimientos y emociones. El autocontrol por sí mismo es una muestra de nuestro adelanto cuando refrena los instintos y pasiones inferiores. Cada vez que no nos contenemos alargamos nuestras penurias manteniendo los automatismos internos que nos llevan a la caída. Cuando nos enfrentamos a nuestras debilidades fortalecemos la voluntad y creamos un cortocircuito en nuestro subconsciente minando poco a poco las ideas perturbadoras que quedaron grabadas, repitiéndose los conflictos hasta la completa liberación, reaprendiendo, luchando con nosotros mismos y fortaleciendo nuestra voluntad consciente frente el imperio de nuestras inclinaciones inconscientes.
En relación a los demás, nuestros sentimientos son la principal asignatura para el espíritu. No hay relación sin adquisición de experiencia, y la experiencia nos enseña el sentimiento, cuando sabemos interpretarla desde una consciencia clara. Una misma experiencia puede grabar diferentes impresiones en diferentes personas, debido a que vivimos nuestra realidad externa desde el filtro de nuestra realidad interna.

Para muchos, la experiencia externa es el mecanismo redentor que rompe lentamente con sus tendencias internas mediante los mecanismos del dolor, la tristeza y la alegría.

El autocontrol, vivenciado en las relaciones hacia los demás, nos permitirá el enriquecimiento necesario para nuestra consciencia mediante la experiencia gratificante, grabando igualmente la impresión del exterior al interior, pero esta vez apartando los mecanismos del dolor, para disfrutar de las sutilezas de los nuevos sentimientos descubiertos.

Podemos decir, que el desarrollo de la emoción y de los sentimientos, son objetivos imperativos de la reencarnación del espíritu, lo que quiere decir que nunca solos podremos llegar lejos acompañados únicamente de nuestro orgullo y egoísmo. Sólo la eliminación del orgullo y del egoísmo permitirá el crecimiento de nuestro autoamor, que proyectado hacia los demás en verdadero amor nos llevará a relaciones más satisfactorias y sentimientos íntimos más elevados en el camino hacia la iluminación.

José Ignacio Modamio
Centro Espírita "Entre el Cielo y la Tierra"