miércoles, 18 de agosto de 2010

POESIA

Ramos de violetas
llenan las ventanas,
niños juegan,
gente habla,
la humanidad se regenera,
el Espiritismo avanza.

Miles de lágrimas consoladas
llenarán tu jornada.
Amor y felicidad,
todo en una palabra, Caridad.

El congreso se presenta,
divina oportunidad llegada,
haced cuanto en vuestras manos esté,
Dios aguarda.

Hermanos espíritas,
vuestra hora es llegada,
amaros unos a los otros
uniros en esta fuerte batalla.

El campo está listo,
la cosecha será abundante
siempre que vosotros
cumpláis vuestra parte.

Si Dios con vosotros está,
¿quién contra vosotros puede?
Estad seguros, pero vigilantes,
siempre llevando en alto el divino mensaje.

Las violetas nos agradan,
llenan siempre mi ventana,
que el amor sea en vosotros,
se despide vuestra hermana

Amalia Domingo Soler

LA PACIENCIA


Esta virtud, (según el diccionario de la lengua) “nos enseña a sufrir y tolerar los infortunios y trabajos en ocasiones que irritan o conmueven; es el sufrimiento y tolerancia en las adversidades, penas y dolores, es la espera y el sosiego en las cosas que se desean mucho”.
He aquí una virtud, que casi es desconocida en la Tierra, pues aunque muchos parecen que viven resignados y conformes con su destino más o menos adverso, se cumple en ellos el adagio: “que a la fuerza ahorcan y quedan bien ahorcados”. Una cosa es considerarse impotente para luchar con la adversidad y otra es sonreír en medio del infortunio, sin misticismo, sin exageración, sin alterar las leyes naturales, conservando una perfecta serenidad en las grandes tribulaciones de la vida, en la paciencia hay racionalismo o idiotismo, es una virtud que aun no está bien definida.

No hace mucho tiempo, que salí una tarde par un pueblo cercano y al llegar a la estación de Gracia, tuvimos que esperar cerca de media hora a que pasara el tren ascendente, nos sentamos, nos pusimos a leer como de costumbre, cuando oímos una voz agradable que nos decía:
¿También ha hecho usted tarde como yo?

Levantamos la cabeza y vimos a una mujer del pueblo que contaría probablemente 60 inviernos, delgadita, con ojos pequeños pero vivos, chispeantes, muy expresivos, sonrisa benévola y frente serena coronada de cabellos grises cuidadosamente peinados, su traje era pobre, pero muy limpio.

Sin saber por qué, la miramos atentamente y encontramos en su rostro algo simpático que nos agradó y nos atrajo hasta el punto que dejamos de leer para hablar con aquella mujer que se expresaba en buen castellano.

Hablamos de cosas indiferentes y por último recayó la conversación en la conveniencia de tener más o menos familia.

¿Sabe usted lo que yo creo más conveniente? Dijo nuestra interlocutora; tomar con paciencia las penas de la vida y venga lo que viniere.

Pues no pide usted poco, ¡tener paciencia! ¿y quién la tiene en este mundo?
El que la quiere tener, mire usted, yo la tengo, la he tenido y confío que la tendré y no crea usted que tengo motivos para tener acopio de paciencia, porque he pasado muchas penas, y tanto va el cantarillo a la fuente hasta que se rompe.

Pues nadie diría que usted ha sufrido, porque su semblante revela perfecta tranquilidad.
¡Ah! Es que yo vivo muy tranquila, mas no por eso he dejado de sufrir todo cuanto hay que padecer en el mundo. A los tres años perdía a mi padre, a los once a mi madre, a los quince me casé, a los veintidós ya estaba viuda y contres hijos que parecían tres soles, me casé por segunda vez y hace más de veinte años que perdí a mi marido y a seis hijos, total nueve muertos, contando mis dos maridos y mi madre, porque la muerte de mi padre por mi corta edad no puede sentirla. Ya ve usted si mi paciencia ha sido puesta a prueba y para que no me quedara nada que perder, trabajando de día y de noche, conseguí ahorrar cuatrocientos duros, que los puse en una empresa de ferrocarriles, quebró la compañía y ¡adiós! Mis cuatrocientos duros, fruto de mi trabajo y de mis privaciones.

Otras compañeras que también había puesto allí sus economías se desesperaron, dos cayeron malas y una hasta se murió del disgusto, yo no , pues aunque al saber la pérdida lo sentí, como es natural, en seguida me hice la cuenta siguiente:

No lo he perdido todo, me queda un banquero que me guarda un gran capital, ¡me queda Dios! Que no me dejará perecer pues que me da salud y deseos de trabajar y el que quiere trabajar antes se juntará en el Cielo con la Tierra que él se quede sin comer.

Tiene usted talento práctico para vivir.

Yo no sé lo que tengo, lo que sí le puedo asegurar es que no conozco la envidia, miro a los ricos que viven en la abundancia y digo: cundo lo disfrutan, lo merecerá, porque Dios no puede dar a uno lo que quite a otro, eso se queda bueno para los hombres, no para el rey de los cielos, si ellos disfrutan de lo suyo, ¿por qué he de desear yo lo que no me pertenece? Que soy pobre, es verdad, que si no trabajo no como, es muy cierto, pero tengo salud y buena voluntad y ningún día he dejado de probar la gracia de Dios. ¿Quiere usted más felicidad cuando hay centenares de infelices que se mueren de hambre poco a poco?

Que hay madres que ven renacer en sus hijos, florecer en sus nietos y yo me he secado como el árbol quemado sin echar retoños, esto es triste… pero…¿qué le hemos de hacer?... todavía hay otros más desgraciados que están en un asilo de mendicidad o rodando por las calles implorando caridad y yo siquiera, siempre tengo de sobra donde ir a trabajar, y de noche me voy a mi cuartito, me acuesto en mi buena cama, se que al otro día no me quedaré sin comer, no me remuerde la conciencia de haberle hecho daño a nadie y vivo sin envidiar y sin ser envidiada, que a mi modo de ver, es la única felicidad que se goza en este mundo.

Veo que comprende usted la gran filosofía y admiro su buen criterio.

Yo no sé si sé pensar, pero sí le diré que me fijo mucho en todo lo que veo, en mi larga vida, que ya soy muy vieja, he conocido a mucha gente, porque mi oficio primitivo fue planchadora, después me dediqué a la cocina y voy a muchas casas de los grandes los días que tienen concite, o se van de temporada al campo y cuantas señoras, momentos antes de llegar los convidados, no saben como hacerlo para ocultar sus penas, y lloran por los rincones unas con motivo sobrado y otras por envidiosas, porque no pueden estrenar un vestido mejor que el de fulanita o menganita, he visto tantos sustos, tantas agonías entre esas personas que el mundo llama felices, que francamente, en comparación de ellas, más de una vez me he considerado dichosa, porque he tenido tranquila mi conciencia y no he desconfiado nunca de la justicia de Dios.
Ya tiene usted razón en creerse feliz.

Sí señora que lo soy, porque gracias a Dios nunca me he desesperado en medio de mi desgracia y he tenido paciencia para sufrir, porque he comprendido que nadie tiene más que lo que se merece y que todos podemos ser felices si queremos serlo.

Es cierto, ciertísimo.

Vaya si lo es, la prueba la tengo en mí, que a pesar de la orfandad en la niñez, de haber formado dos veces familia y haberla perdido, tener que trabajar para vivir, sin disfrutar de ninguna diversión, sin ir a ninguna parte, únicamente de mi casa al trabajo y de este a descansar, no me conceptúo por esto desgraciada, veo que todos sufren, que todos padecen, unos más, otros menos, y que los más envidiados suelen ser los que tienen más tribulaciones, siendo condición de esta vida el sufrimiento ¿por qué desesperarse?¿por qué oponerse a la ley cuando una sabe que esto no ha de durar para siempre, que al fin nos hemos de morir y que Dios nos dará el descanso eterno?

Cuántos que pasan por entendidos y por filósofos quisieran tener el buen sentido que usted posee.

Yo no se si soy tonta o discreta, lo que le puedo asegurar es que no me quejo de mi suerte y que todas las noches cuando me acuesto, no me asusta la idea de la muerte, porque estoy segura que nadie me maldecirá cuando me muera. Vaya, buenas tardes, me alegraré de volverla a encontrar.

Yo también, porque he aprendido hablando con usted, y estrechando la mano de la anciana subimos al coche que nos condujo al lugar que deseábamos.

Desde aquella tarde, vive en nuestra memoria el recuerdo de la noble anciana que sin ser espiritista, comprende perfectamente la ley de la vida, y reconoce en Dios lo que muchos sabios se obstinan en no reconocer: “su estricta justicia”.

¡Qué espíritu de tan buen sentido el de aquella anciana! ¡Qué tranquilidad en su frente! ¡Qué alegría tan pura en sus ojos!¡qué expresión tan agradable la de su rostro! Así debíamos vivir todos los que comprendemos el espiritismo, la paciencia se confunde muy a menudo con el fanatismo, que también entre los espiritistas hay fanáticos que creen buenamente que se han de cruzar de brazos ante las pruebas de la vida, sin permitirse el justo desahogo de exhalar una queja, ahogando el sentimiento que es la palpitación de la vida. ¿Para qué entonces la razón del hombre, si no le sirve para apreciar los dolores de su expiación? Una cosa es exasperarse y decir que Dios es injusto, y otra lamentar el atraso en que hemos vivido, que nos obliga a sufrir tantas penalidades, la verdadera paciencia es tolerar los infortunios sin llegar a la desesperación, es esperar con sosiego lo que más se desea, pero de esto a ocultar el llanto, a reprimir la queja, a no dar expansión al sufrimiento, hay una distancia inmensa.

Nadie puede practicar mejor la paciencia, que aquel que sabe que cuanto sufre es consecuencia de sus actos, conociendo la causa, no puede culpar ni a Dios ni a su destino, pero tiene el derecho de culparse a sí y hasta un deber sagrado le impone reconvenirse, pidiéndose cuenta de sus hechos anteriores.

La paciencia no debe ser una virtud pasiva, sino activa, se debe emplear en un trabajo lento y continuado, e indudablemente es la virtud que mejor puede practicar el espiritista racionalista.
La paciencia, no es la impotencia encadenada a la fatalidad, es el trabajo perseverante y metodizado, y en los sufrimientos y tribulaciones, no es dominarse hasta el sacrificio, truncando las leyes de la naturaleza, no es cerrar la fuente de las lágrimas que son la evaporación del sentimiento, el llanto del alma no es la expresión de la rebeldía del espíritu, es el justo tributo rendido a la memoria de los seres que se van antes que nosotros.
El hombre para vivir en la Tierra necesita familia, amigos, almas simpáticas que comprendan la suya y cuando pierde alguno de esos elementos que le ayudan a vivir, necesariamente tiene que languidecer y el verdadero espiritista, el que conoce que sólo de él depende la felicidad de su porvenir, emplea su paciencia en trabajar sin impaciencia confiando como la anciana, cuyo relato hemos referido, en la estricta justicia de Dios.

Uno de nuestros grandes defectos ha sido nuestra impaciencia, siempre hemos adelantado las horas y los acontecimientos, sólo el estudio del espiritismo nos ha hecho conocer la verdad del antiguo adagio, que no por mucho madrugar amanece más temprano, y hemos comenzado a tener paciencia trabajando en nuestro progreso, sin aspirar a inmediata recompensa.
La paciencia es una virtud, y sin quizá, la más necesaria para el adelantamiento del espíritu; esperar con sosiego es vivir, es trabajar, meditar, analizar, buscar el porqué de las cosas y el estudio del espiritismo nos induce indudablemente a tener calma, porque mientras más largo se presenta el plazo de la vida, más esperanza hay de rehabilitación y de felicidad; y como las comunicaciones de los espíritus nos manifiestan que la eternidad es nuestro patrimonio, el más impaciente, el más descontentadizo, el más exigente ha de reflexionar y decir: ¡Tengo tiempo!....¡nada tengo perdido, todo lo puedo recuperar!... y de creerse desheredado, a considerarse dueño de una gran fortuna, hay la misma distancia que del todo a la nada.
¡Bendita la hora que comenzamos el estudio del espiritismo! Por él hemos alcanzado a tener paciencia, y creemos firmemente que cuando lleguemos a comprender el valor inmenso de esa virtud, quizá la primera entre todas las virtudes, habremos escrito en el libro de nuestra historia, la primera página digna de ser leída.

Tengamos paciencia para no cansarnos nunca de trabajar en la propaganda del espiritismo; los iniciados en la verdad suprema tenemos un deber sagrado en decir a las multitudes:
¡No os desesperéis! La vida no tiene término, el progreso es indefinido, ¡nunca acabarán los mundos! Siempre habrá soles que darán vida al universo ¡siempre Dios será la fuerza motora que mantendrá el movimiento y la renovación continua de la naturaleza!

Siempre los espíritus irán ascendiendo por sus virtudes, obteniendo lo que es justo.
Amor, el que haya amado.
Gloria, el que se haya complacido en glorificar a su prójimo.
Riqueza al que haya procurado enriquecer a su prójimo.
Instrucción, al que se haya sacrificado por instruir a los ignorantes.
¡Cuán grande es la vida en su origen!
¡Cuán espléndido su porvenir!
¿Hay algo más consolador que el progreso indefinido?
Si la paciencia nos induce a progresar, ¡bendita sea esa virtud! Ella es la estrella polar que nos guía y nos salva de los innumerables escollos que hay en el mar turbulento de la vida.
¡Paciencia! ¡Tú eres la melancólica sonrisa de los infortunados!
¡La que apartas del abismo a los suicidas!
¡La promesa bendita del infinito!

Amalia Domingo Soler
12 de Septiembre de 1889*“La Luz del Porvenir”

¡NO SOY FELIZ!

A lo largo de nuestras vidas habremos escuchado esta expresión repetidas veces, no solamente a personas que por su angustiosa situación se podría considerar justificable, sino a otras muchas que gozan aparentemente de todo lo que ambicionaron en este mundo: riqueza, poder, posición, popularidad, etc. Y quizá alguno de los que les observan se preguntan ¿Qué le falta para ser feliz si posee "todo"?

La Doctrina de los Espíritus a través del estudio, nos enseña que cuantos estamos encarnados en este planeta vivimos dominados fundamentalmente por el dolor y el sufrimiento debido al estado evolutivo en el que nos encontramos. Recordándonos así que la Tierra es un “mundo de expiaciones y pruebas” donde debemos progresar espiritualmente con el esfuerzo, ante la necesidad del libre desenvolvimiento individual. Siendo la libertad moral proporcional al estado de avance del ser, colaborando asimismo en el mejoramiento general de la Humanidad, que nos llevará a la felicidad universal como resultado definitivo de la evolución.

La gran mayoría de aquellas personas que disfrutan de “todo”, pero que sienten persistentemente el vacio interior, ni siquiera se plantearon la necesidad de adquirir, para añadir a su amplio abanico de propiedades, la riqueza más natural y gratuita: la grandeza espiritual. Lucharon durante años para conquistar aquello que era tangible y tocaban con las manos, lo que podían mostrar a amigos y enemigos, engordando su orgullo y vanidad, olvidando que la felicidad no consiste en atesorar bienes materiales aquí en la Tierra. Bienes conquistados que no se podrán llevar al otro lado de la vida física, ignorando que el único equipaje que les acompañará serán las virtudes y las imperfecciones que acumularon en su encarnación.

El evangelio según el Espiritismo, Capítulo XXV, Ítem. 6 ya nos alerta al respecto: “No amontonéis tesoros en la Tierra, donde el orín y los gusanos los consume, donde los ladrones los desentierran y roban; más amontonad tesoros en el cielo, donde ni el orín ni los gusanos los consumen, porque donde está vuestro tesoro, allí está también vuestro corazón”.
Cierto es que la riqueza es una de las pruebas más difíciles de superar. Ella nos predispone a cometer acciones que nos apartan del camino idóneo, pero recordemos también que gracias a ella, utilizándola debidamente, se puede adquirir el bagaje moral que nos hará el regreso a la Patria Espiritual mucho más apacible.

Si todos los que sienten la frase que encabeza estas líneas dedicasen tan solo unos instantes de su tiempo para meditar sobre esta situación, elevando el pensamiento a lo Alto buscando respuestas, estamos seguros que las encontrarían. Nuestros amigos los Espíritus, observándonos con esperanza, se encuentran siempre dispuestos a colaborar en el bien. Ellos tienen el compromiso de inspirarnos, intuirnos y encaminarnos apartándonos del entorno materialista que nos domina y que nos tiene sumergidos en le negatividad. Tan solo esperan nuestra llamada para acudir a nuestro lado.

Juan Miguel Fernández Muñoz
Asociación de Estudios Espíritas de Madrid

OLVIDO TEMPORAL

Si miramos la historia de las sociedades humanas, constatamos que tenemos un pasado de barbarie, con guerras sanguinarias y destrucción.

No obstante, ha habido hechos buenos que trajeron beneficios a la población, gracias a lo cual la sociedad ha ido avanzando poco a poco a través de los siglos en dirección a la civilización en la que nos encontramos hoy en día. Pero nuestro presente es aún muy sombrío.

El estudio del Espiritismo nos demuestra que el proceso de la reencarnación es un hecho, por lo tanto fuimos nosotros quienes escribimos, por medio de sucesivas encarnaciones, nuestra propia historia en la Tierra, a la cual somos atraídos por afinidad.

Nuestras imperfecciones morales son la causa que nos atrae a ella. Para alzar vuelos más altos en el porvenir, es imprescindible la corrección de las debilidades morales, y actuar conforme a los designios de Dios.

El espíritu sobrevive a la muerte, retornando a la vida corporal por el proceso del nacimiento que es el hito que marca una nueva encarnación. Traemos al empezar cada nueva existencia las tendencias buenas acumuladas de encarnaciones pasadas, el bagaje intelecto-moral que cada uno conquistó, las aptitudes, las facilidades en el aprendizaje, los gustos, las afinidades y simpatías. También traemos las tendencias malas, en las que nos deberíamos centrar como objeto de reforma.

Con el velo del olvido de quién fuimos y qué hicimos, comenzamos este nuevo presente. Junto a este olvido, Dios nos brinda una nueva oportunidad de progresar. En cada encarnación se abre un abanico de experiencias para ejercer las cualidades adquiridas y enderezar tendencias equivocadas, poniendo en práctica las Leyes Morales dictadas por los espíritus en “El Libro de los Espíritus”.

¿Cuál es el objeto del olvido?

El recuerdo de los hechos cometidos otrora nos causaría, en la conciencia, el sentimiento de culpa, ya que nuestro pasado es principalmente de muchos errores. Si nos acordásemos de lo que practicamos en otras vidas, probablemente dificultaría nuestra evolución, reavivando antiguos rencores sobre verdugos y víctimas. Ese recuerdo ocasionaría o bien el disimulo de una antipatía falseando así nuestros verdaderos sentimientos, o bien la determinación de seguir enfrentándose a esa persona, avivando así los sentimientos inferiores de aquél que se considera perjudicado. Ambas situaciones impiden alcanzar el objetivo de progreso.

Por tanto, el olvido sirve al espíritu encarnado como aliciente en la vida, como una especie de tregua para coger aliento y trabajar sus sentimientos en la actual existencia, modificando la escala de valores mayormente errónea hasta entonces adquirida.

Sin embargo, no estamos abandonados a nuestra suerte, tenemos lo que llamamos intuición.
La intuición aflora en nuestra mente en los momentos en que debemos tomar una actitud, dándonos opciones a elegir. Estas opciones pueden provenir de la experiencia de vidas anteriores que surgen en la consciencia en ese momento, o también por consejo de algún espíritu. Esta voz de la conciencia nos aconseja para no cometer la misma falta, mostrando qué opción deberíamos tomar. Pero el libre albedrío que todos poseemos es el que, según la madurez de cada uno, hace oír o no estos consejos dados por la conciencia y así elegir un camino u otro.

¿Cómo corregir las malas inclinaciones?

Es verdad que no nos acordamos en general de quién fuimos, pero corrigiendo las malas inclinaciones estaríamos modificando un patrón equivocado de comportamiento, reestructurando ese comportamiento erróneo por uno más correcto.

Podemos averiguar las malas inclinaciones a través de un auto-análisis diario, reflexionando sobre qué es lo que hicimos en el día de hoy en favor del prójimo o qué hicimos que sería censurable. Todo aquello que perjudica al prójimo, es motivo de reflexión para intentar corregirlo. Haciendo un estudio verdadero de las actitudes tomadas diariamente, damos un paso positivo, comprometiéndonos con la propia conciencia, consolidando sistemáticamente la reforma interior.

Estaremos pues, con este procedimiento metódico de auto-análisis, trabajando interiormente para identificar y corregir fallos en nuestra moral, sembrando un porvenir individual mejor.
De esta manera, a través de las encarnaciones sucesivas dentro de la ley de causa y efecto estamos ejecutando las expiaciones de lo que hemos hecho en disonancia con las Leyes Morales y vamos transformando gradualmente el mal cometido en el pasado, en buenas obras.
Cambiar ese mal por acciones buenas puede suceder más rápida o más lentamente, conforme la predisposición de enmienda de cada uno. Por eso, aprovechar la vida para cambiar a mejor debería ser lo prioritario de esta existencia para cada uno de nosotros.

¿Qué papel juega el olvido tras el retorno a la vida espiritual?

El espíritu, una vez ha regresado al mundo espiritual, accede a los recuerdos. Se observa ya como espíritu, haciendo también un auto-análisis de las acciones cometidas en su vida anterior. Si se ha equivocado, se siente mal por ello y, buscando entonces la manera de corregir el daño causado contra él mismo o contra el prójimo, solicita una nueva oportunidad de encarnar.

En conclusión, deberíamos mirar el olvido temporal como una bendición que nos es concedida, ofreciéndonos la oportunidad de avanzar en actitudes nobles y de acuerdo con las Leyes Divinas, aprovechando las virtudes y abriendo así el rumbo que nos conducirá a un futuro mejor, destinado para todos.

Claudia Bernardes de Carvalho
Centro Espírita "Entre el Cielo y la Tierra"

LA MUERTE NO EXISTE


¿Por qué se sigue temiendo la muerte?
La muerte, es ese capullo que se abre, para poder liberar en toda su hermosura a la flor, e impregnar con su dulce perfume esa patria tan añorada.

La muerte, es ese paso trascendental, para el que debemos prepararnos a diario, como si fuera mañana el día definitivo. ¡Qué no nos sorprenda!. Y tengamos que arrepentirnos por el tiempo perdido, o aún peor, por el mal cometido.
La muerte, te miro sin miedo, con el semblante tranquilo, el espíritu calmo, sabiendo que regreso, pero que volveré, ampliando la familia universal, dilatando nuevos horizontes, nuevas experiencias que enriquecen el alma y le dan flamantes vuelos.

La muerte, qué palabra tan mal comprendida, queridos hermanos. Dios, padre universal, que nos atiende y asiste a todos por igual, no nos abandona nunca. ¿Cómo nos dejaría solos en este despertar?. Con esto quiero dar un mensaje de ánimo y consuelo. Consuelo con mayúsculas a todas esas madres que no superan la perdida de un hijo amado, consuelo a todos esos amigos, esposos, parientes, familiares, que se hunden en un fango de pesimismo; consuelo a todos los hermanos que esperan la muerte con el alma constreñida de dolor y miedo.

La muerte, ¡La muerte no existe!, somos almas inmortales, que caminamos de un plano de la vida hacia otro, llevándonos nuestras experiencias y conocimientos, y querido lector, nuestra conciencia. Conciencia que puede ser un mar de alegrías espirituales, o un valle de lágrimas; Ahí está el cielo y el infierno de los católicos, sin embargo esto nunca será eterno.

La muerte, la naturaleza nos ofrece ejemplos gráficos sobre esta transformación, mostrándonos las leyes de la vida. El gusano que muere dentro de la crisálida, para dar paso a la bella mariposa, igual como nosotros nos desharemos del cuerpo físico abriendo las alas del alma en todo su esplendor, y sin embrago, ¿Por qué creemos que desaparecemos, cuando realmente la vida espiritual es la única y verdadera?. ¿Por qué nos aferramos a unos desechos materiales; y no disfrutamos de la luz espiritual, que nos alimenta el alma?.

Morir, nacer, renacer, tal es la ley, cuánta verdad y grandeza hay en esta frase de nuestro querido Allan Kardec, cuánta ciencia y filosofía encierra en tan pocas palabras, nada puede resumir tan fácilmente esta maravillosa doctrina.

Amigos, esta alegría interior que experimentamos todos los que tenemos la certeza de que compañeros y hermanos espirituales, están aquí junto a nosotros, que muchas veces y aún sin saberlo mantenemos conversaciones mentales con ellos. Esta paz , que resulta imposible hacerla llegar a través de palabras, esta sensación de no perder los seres queridos, estos lazos de amor que nos unen a determinadas personas aquí en la Tierra, teniendo la certeza que perdurarán por toda la eternidad, este sentimiento de infinito amor. ¿Cómo poderlo hacer llegar al resto de encarnados, que puebla nuestro querido planeta?. Esta paz que te hace ver la muerte como un simple viaje, un viaje en el cual debemos tener las maletas bien hechas. Pero este equipaje querido lector, no es mas que nuestra propia conciencia, la fiel compañera, por los siglos de la eternidad, es lo único que nos llevamos, nada material nos acompaña por ese maravilloso éxodo al infinito. Al contrario que aquí en la Tierra, que dedicamos los últimos momentos, para confeccionar el equipaje, que nos llevaremos a otro país lejano; resulta un grave error, pensar que dedicando los últimos momentos de la existencia carnal, tendremos nuestro mundo interior en orden y listo para enfrentar el otro plano. Esta tarea es algo que debemos cultivar todos los días, no es difícil, un examen de conciencia, pensar lo que hicimos mal y tratar de mejorarlo, “ya que no somos perfectos, aunque muchos se lo crean”. Este trabajo nos dará una satisfacción en el otro mundo incalculable. Este es un deber que toda persona de bien tiene que poner todos sus esfuerzos y energías diarias, no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy , porque puede ser que mañana sea demasiado tarde, y las medidas reparadoras sean más dolorosas que las actuales.

Queridos compañeros de encarnación, todos anhelamos vivir en un mundo mejor , está en camino, ya nos dicen los espíritus, que el mundo de regeneración está viniendo, pero es trabajo de cada uno que se dé más tarde o temprano, y si permanecemos en nuestra ignorancia y obstinación en el mal, retardaremos la felicidad.
Morir, no es el fin; es parte del camino de la vida , que nadie puede eludir. Las personas en general tienen mucho que aprender acerca del estado que les espera después del sepulcro, no hay dos espíritus que tengan que pasar por la misma experiencia, al igual que no hay dos personas que piensen exactamente igual, ningún caminante de la Tierra entra en el mundo espiritual por la misma puerta. Cada uno tiene sus particularidades, aunque hay rasgos generales.

Si analizamos nuestra forma de vida, nuestras tendencias y pasiones, si profundizamos en el tipo de pensamientos que tenemos, nos podremos dar una idea de que tipo de muerte ó despertar nos espera.

Para toda persona que desee enriquecerse, conociendo cual será su futuro, invito de todo corazón a realizar un estudio objetivo de su persona y comparándose con los tipos de desencarnaciónes, que Allan Kardec nos ilustra en el libro “El Cielo y el Infierno” (segunda parte capitulo I al VII). En líneas generales podrá hacerse una idea de su porvenir.

Tras un análisis, de las comunicaciones de los desencarnados, los detalles fundamentales a cuyo respecto concuerdan los espíritus, acerca del mundo espiritual, son los siguientes:

Todos afirman haber encontrado la forma humana; muchos ignoran durante algún tiempo, que estaban muertos.

Tienen un recuerdo sistemático de los acontecimientos de la existencia que terminó, juzgándose a sí mismos sus actos.

Inmediatamente a la desencarnación pasa por una especie de sueño reparador ó turbación, los que tienen la conciencia tranquila se encuentran en un medio espiritual radiante y han sido recogidos por familiares o espíritus amigos, mientras que los moralmente depravados nos narran un medio tenebroso.

Se deduce una analogía entre el mundo terrenal y el espiritual donde el pensamiento es una fuerza dinamo creadora, y la transmisión de pensamientos es la forma de lenguaje habitual, aunque algunos tardan un tiempo en darse cuenta, por la influencia material que aún guardan.
La visión espiritual difiere a la humana en que percibe desde todos los ángulos en su interior, y a través de los objetos.

Los espíritus pueden trasladarse por efecto de la voluntad de un lugar a otro, a la velocidad del pensamiento, cuando han recuperado sus facultades.

Por la ley de afinidad se encuentran en planos donde los compañeros espirituales son análogos, así el criminal se encuentra entre criminales y el hombre de bien goza ante espíritus de la misma condición.

Sin más, el mejor medio de perder el miedo a la muerte, es conocer lo que hay en el otro lado, y esa información se puede encontrar en: “El libro de los espíritus” de Allan Kardec.

Javier Gargallo
Centro Espírita "Entre el Cielo y la Tierra"