sábado, 29 de septiembre de 2007

LA OBRA MEJOR


Hace muchos años, que uno de nuestros mejores poetas andaluces (Antonio Fernández Grillo), me dedicó un soneto con motivo de la muerte de mi madre, y me decía en término final:

“Las lágrimas que viertes por tu madre

Serán la escala que te lleve al cielo!”

Pasaron los años, comencé a estudiar el Espiritismo, y recordando los sentidos versos de mi amigo Grillo, los amplié a mi antojo, es decir, le dí otro giro a su pensamiento y escribí:

“Las lágrimas que vierta por los pobres,

Serán la escala que me lleve al cielo!”

Porque llora la pérdida de una madre no tiene mérito alguno, ¿qué menos se puede hacer, por la que nos llevó en su seno y nos ayudó a cumplir nuestra misión en la Tierra?

Consagrarle un melancólico recuerdo es lo más justo, es lo más natural, el no hacerlo, es cometer un delito de los más horribles, de los que más deshonran a la raza humana. En cambio, llorar por los pobres ya es otra cosa, acordarse de los que sufren, pensar en sus más apremiantes necesidades, buscar los medios para endulzar sus amarguras, esto es bueno, y aunque ser bueno es un deber como desgraciadamente en la Tierra, el olvido de los deberes es la moneda corriente, tenemos que aplicarnos el adagio vulgar, que en la tierra de los ciegos, el que tiene un ojo es el rey.

Mientras más fui profundizando mis estudios en el Espiritismo, más se ocupó mi pensamiento de los pobres, y más trabajé en su favor, pidiéndole a los ricos protección para los desvalidos.

Tuve mi época de trabajo activo, y confieso ingenuamente que fue la época más feliz de mi vida. Cuando salía por la mañana y no me cansaba de pedir a unos y a otros, hasta reunir la cantidad que necesitaba para consolar a una familia sumida en la miseria, y llegaba al tugurio de aquellos infelices, y entregaba a una pobre enferma siete u ocho duros, la mirada de aquella mujer, las exclamaciones de gozo de los niños, el hondo suspiro del obrero sin trabajo, y por añadidura sin salud, ¡cuán bien recompensaban mi caminata de todo el día! Con qué satisfacción me reclinaba en mi lecho y decía: ¡Hoy he servido de algo a la humanidad! Hoy he enjugado una lágrima, hoy mi paso por la Tierra no ha sido estéril.

Todo tiene su término en este mundo, y mi trabajo de pedir para otros lo tuvo también, empleando en ello todo mi tiempo y todas mis energías; mi organismo gastado por los años, por las penas y por una dolencia incurable, se negó en absoluto a corretear por calles y plazas y a subir escaleras interminables, y tuve que resignarme a salir lo menos posible, y a pedir por escrito lo que ya no podía pedir de viva voz. Mi Luz, ha sido la encargada de decir a los espiritistas cuánto he trabajado en bien de los pobres, creyendo que sólo ellos me llevarían al cielo si el cielo existiera.

Ahora bien, he hecho este poco de historia para demostrar lo agradablemente sorprendida que me quedé, cuando supe, que unas cuantas mujeres del Centro Barcelonés habían formado un grupo benéfico y que sus primeros trabajos iban encaminados a procurarles abrigo a los niños pobres, recogiendo cuanta ropa nueva y usada quisieran darles, encargándose ellas de su limpieza y de su confección, haciendo trajes, refajos, saquitos y todas las prendas necesarias para vestir a los niños desde los recién nacidos hasta los más grandecitos, sin excluir a los de mayor edad.

Confieso ingenuamente que me quedé encantada ante tan buenos propósitos y tan buenas obras, pues tuve ocasión de ver toda la ropa que ya tenían arreglada tan primorosamente, que es del modo que debe hacerse, pues por regla general, los que dan la ropa, que no les sirve, la dan sucia y rota y así vemos a muchos niños pobres, con unas blusas que parecen sayones (porque el difunto era mayor) y desgraciados mendigos con largos gabanes, por no tener quien les arregle aquella prenda como es debido, y las mujeres del grupo benéfico del Centro Barcelonés, con muy buen acuerdo, con muy buen sentido, y con un verdadero amor a la humanidad, se ocupan en limpiar y en arreglar la ropa destinada a los pobres, como si fuera para sus propio hijos.

Tiene dicho grupo grandes proyectos, pero yo me refiero únicamente a lo que he visto, a lo más práctico, a lo más necesario, porque los niños pobres ¡van tan mal vestidos! Ya se sabe lo que sucede en una casa de mucha familia, la madre y el padre, como son los que salen a ganar el sustento de sus hijos, procuran ir medio vestidos, lo mismo que las hijas o hijos mayores, pero los chiquitines, los que sólo sirven para comer y jugar, esos, ¡pobrecitos! no ponen el pie en la calle porque no tienen zapatos, familia he conocido yo de pobres vergonzantes, cuyos hijos han cumplido cinco y seis años sin haber podido salir de casa, y nunca olvidaré a un hermoso niños que le decía a su pobre madre: -Mira mamá, ya soy un hombre, ya tengo siete años, ¿no te parece que ya es hora que yo salga a la calle? Conocí a otros dos hermanitos, niña y niño, que tenían los dos el mismo pie, así es que las botas del uno le servían al otro y los pobrecitos salían con su abuela un día si y otro no, y al que le tocaba quedarse en casa, como no tenía zapatos se quedaba metidito en la cama, y me decía con muy buena sombra: -No salgo porque estoy enfermo de los pies. Pues para estos mártires de la miseria, trabajan las mujeres del grupo benéfico del Centro Barcelonés. Yo las felicito con toda mi alma y a todas aconsejo:



Que con arranques de amor,
Con verdadero heroísmo,
Desciendan hasta el abismo
Donde se oculta el dolor,
Que no les falte valor
Para luchar con denuedo,
Que no les imponga miedo
El vencer contrariedades,
Que proclamen las verdades
Y las grandezas de su credo.

Que mucho pueden hacer,
Y mucho más conseguir;
Que no cesen de pedir
Para cumplir un deber;
La misión de la mujer
Dentro del Espiritismo,
Es bajar hasta el abismo
Para consolar al triste;
Que su progreso consiste
Hacer bien, por el bien mismo.

Mucho se ha escrito y se ha hablado;
De nuestra bella teoría;
Y es justo que llegue el día
Tantas veces anunciado;
Y ya que habéis comenzado
Una obra tan meritoria,
No desmayéis, la victoria
Os señalará el camino,
Y será vuestro destino
Alcanzar renombre y gloria.

No esa gloria callejera
De aplausos y relumbrones,
No ruidosas ovaciones,
Sino otra más duradera,
Más grande, más verdadera,
La íntima satisfacción

Que deja una buena acción;
Ese inefable consuelo,
Que es el que nos lleva al cielo
Por la fe y por la razón.

Fe en nuestro esfuerzo gigante,
Fe en nuestro amor al caído,
Y en un algo inconocido
Que nos frita: “Ve adelante
No dejes un solo instante
De difundir tu ideal,
De la ciencia y moral
Corre con afán en pos,
Y cree que es la ley de Dios
El progreso universal.”

Amalia Domingo Soler
7 de Octubre de 1898
“La Luz del Porvenir”

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