martes, 9 de febrero de 2010

LA ADOLESCENCIA

La adolescencia es la fase de transición que determina el final de la infancia y el inicio de la vida adulta. Por ser una transformación en la vida del individuo, implica cambios, tanto de orden físico como psíquico.

El adolescente se presenta con innumerables transformaciones físicas y emocionales. Cambia su modo de actuar, de pensar, de sentir, de relacionarse e interactuar con el medio y con el otro.

En la adolescencia, el individuo está en profundo cuestionamiento de si mismo, sus valores, objetos de deseo, hace nuevos descubrimientos y por muchas veces se siente un extraño en si mismo. Tiene dudas de como actuar ya que no es más un niño, pero tampoco es una persona adulta.

Por muchas veces, cometemos errores en sociedad al pedirles que actúen conforme su edad, y se repite la conocida historia por la que creo que hemos pasado todos: “Tienes que tener responsabilidades, ser más maduro” y otros comentarios del genero, pero a la hora de dejarles salir, dormir en casa de un amigo, u otras cosas del mismo tipo, la respuesta es siempre que “todavía eres muy niño para estas cosas”.

La adolescencia es una etapa marcada por pérdidas y ganancias, una etapa extremamente original, donde el adolescente ha perdido la infancia y debe elaborar esta pérdida, para mejor estructurarse para las responsabilidades y deberes de la vida adulta, principalmente en las cuestiones referentes a sus principios, valores, ética, su elección profesional y sexualidad.

No obstante, con tantos cambios ocurriendo a la vez, siente angustia, casi siempre no sabe expresarla verbalmente, no consigue decir que le pasa. Sus cuestionamientos giran alrededor de una búsqueda contante de sí mismo, de saber sobre si, de conocer sus deseos y sentimientos.

Ahí reside el punto delicado de esta transición – las elecciones. Para ser adulto hay que hacer elecciones, pudiéndose deducir que el joven pasa a utilizar su libre albedrío más ampliamente y con una educación bien estructurada en la casa espírita, la consecuencia es que sus valores y principios son más sólidos y la calidad de sus elecciones tienden a ser mucho mejores, principalmente, comparándoles con otros jóvenes que no hayan recibido una formación cristiana. El joven espírita sabe que es un espiritu inmortal e intenta actuar como tal.

La vivencia básica del adolescente es un espacio vacío donde se siente “fuera”, sin elementos para participar del mundo adulto, generando ansiedad y angustia, estando él en proceso de adecuación (por cierto, ¡esto es la adolescencia!) y de ahí viene la importancia de adquirir valores cristianos.

El dialogo es condición sine qua non para un buen desarrollo del adolescente, aunque no sea inmediato, es necesario que los padres siembren las semillas y esperen, confiando en la educación que dispensarán en sus hijos. Aunque los frutos tarden, tarde o temprano surgirán.

Es necesario que el adolescente, aunque en medio a sus miedos, inquietudes y ansiedad, se ponga en el lugar de sus padres, pues aunque exista cualquier conflicto, sepan que sus padres le quieren con un amor extremado, deseando siempre lo mejor para sus hijos. No van a tener la razón siempre, pues son también espíritus en continuo aprendizaje y búsqueda. Al final, los padres también “perdieron a su niño”, pero ahora tienen a su joven. Estos cambios para ellos, también necesitan adecuación. ¿Cuántas veces no vemos a padres tratando a sus hijos adolescentes como niños y por veces cobrando actitudes adultas a los niños? Todos pasamos por esto. Los padres no son perfectos, como los hijos tan poco lo son. La tolerancia, la paciencia y el perdón son los mejores consejeros en las relaciones familiares.

La adolescencia es un momento de fragilidad. El adolescente no es débil, está débil, pues ha perdido muchas referencias y busca otras nuevas ahora, trae inclinaciones pasadas y características de existencias anteriores. Tienden a buscar apoyo fuera del círculo familiar, buscando otros puntos de vista. A pesar de la aparente vulnerabilidad no se puede olvidar que independiente de su voluntad existe la Ley de Causa y Efecto y en esta etapa hay que tener especial cuidado en su relación con el mundo y otras personas, para que interactúe de modo saludable y no destructivo. Muchos adolescentes no toleran las críticas en familia, de ahí el riesgo, pues las personas de fuera no siempre son bien intencionadas. Es importante resaltar que los padres hagan hinca pie en que sus hijos tengan discernimiento para saber evaluar lo que les dicen en la calle.

En estos momentos, uno se da cuenta de que cuanto más base cristiana se haya proporcionado al joven, mejor toma sus decisiones, se siente más seguro para buscar ayuda en familia.

El adolescente va a terminar de construir su imagen corpórea, que es un proceso de dentro para fuera, dinámico que varía según sus estados existenciales (alegría, sueño, dolores…). El cuerpo se transforma significativamente y para muchos adolescentes estos cambios son vividos como verdadera catástrofe (o de modo bastante exagerado), visto que es la fase donde sienten más intensamente estas transformaciones, que para ellos parecen infinitas. Este impacto es debido al surgimiento de los atributos físicos. La imagen proyecta aquello que no podemos ver, muestra que los cuerpos son iguales e insiere al individuo en la dimensión de Ser Humano; de ahí proviene la sensación de integridad, sirviendo para relacionarse, unificarse y significarse; proporcionando un reconocimiento de si mismo, en el captarse a si mismo en el otro.

Es el momento en que experimenta a su cuerpo en el deporte, en el baile, en la demostración. Es el momento en que se certifica de su sexualidad y descubre el afecto, el amor. En este momento único para todos, más que nunca debe saber hacer elecciones. Moderar las manifestaciones de excesivo entusiasmo, que por muchas veces imposibilita o le dificulta el razonamiento claro.

Es necesario pasar por encima de las emociones más intensas para pensar mejor. La sexualidad es fuente sublime de evolución, pero puede ser también abismo profundo rumbo a la degradación de uno mismo, si está mal vivenciada.

Es muy importante hacerle desarrollar la templanza y el equilibrio, buscar orientación con personas de confianza, de preferencia, más maduras en términos de aprendizaje terrestre sobre las directrices y pasos a dar, previniéndose de posibles desvíos.

Cabe a la familia, a la sociedad y a todos nosotros Espíritas, auxiliarles en esta transición, con responsabilidad, respecto y conciencia de nuestra inmortalidad, ayudándoles a reflexionar, hacer elecciones, sin jamás olvidar que son espíritus con muchas vidas anteriores en su trayectoria y que son el futuro del Espiritismo y de la Sociedad.

Vigilancia, constancia y disciplina son metas a ser conquistadas por el joven espírita.

Revista Anima MEGD
marzo, 2000.
Centro Espírita Humildade e Amor, Rio de Janeiro.

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