sábado, 7 de marzo de 2015

Renuncia, virtud olvidada

Renuncia, virtud olvidada


Hoy en día, se puede decir que la palabra renuncia no tiene buena prensa. Fácilmente vinculamos esta palabra con otras de connotación negativa como son derrota, pérdida, carencia, etc., cuando en realidad tendríamos que utilizar el término renuncia como sinónimo de desprendimiento. Este significado lo podemos utilizar cuando nos referimos a algo que poseemos o tenemos derecho y tenemos cierto dominio sobre ello. Si de algo no tenemos derecho o no poseemos, realmente no podemos renunciar a ello en un sentido estricto, sencillamente porque no es nuestro. Un significado más acertado de renuncia lo encontramos utilizando el término desprendimiento, el cual únicamente tiene connotación positiva.

La renuncia de aquello que poseemos y de lo que somos capaces de renunciar, es siempre un acto de superioridad meritorio en función del valor moral de lo renunciado y su utilidad. Decimos valor moral y no material apelando al mayor valor del óbolo de la viuda tal como nos enseña el Evangelio en Lucas 21,1-4.

El óbolo del pobre, como renuncia de lo necesario, es el sacrificio más acorde con la ley de Dios que nos dice que el hombre que cumple con su deber ama primero a Dios, luego a todas sus criaturas y finalmente a sí mismo. ("Evangelio Según el Espiritismo" Capítulo XVII, ítem 7).

No existirá valor moral alguno si el acto no es de utilidad para hacer el bien a los demás o incluso a uno mismo. Cuando lo hacemos por los demás, la renuncia nos habilita para practicar la Caridad, pues es la llave que necesitamos para vencer nuestro egoísmo más arraigado.

La Caridad practicada ve incrementada su mérito en función de la cantidad de renuncia que podemos movilizar por aquello que nos cuesta. Nos dice el libro de los Espíritus que "el mérito del bien reside en la dificultad" (pregunta 646). Sin dificultad no hay mérito pero sigue habiendo caridad, puesto que el adelanto moral nos habilita para la integración en nuestros hábitos de forma automática de las virtudes como la Caridad, sin mostrar dificultad ni oposición alguna, de forma natural con la forma de ser de uno mismo.

Cuando la renuncia es por uno mismo, apuntamos directamente hacia la superación de nuestras debilidades. Para ello es necesario un alto conocimiento de uno mismo, de nuestra situación actual, para saber qué puntos son los más urgentes para desarrollar. El estudio continuo nos habilitará para la mayor compresión de la naturaleza humana y de las Leyes naturales de forma que poco a poco nos mostrará la renuncia como una necesidad para nuestro progreso en los diferentes ámbitos de nuestra vida.

Renuncia es el desprendimiento consciente de un valor en vista de conseguir o mantener un bien superior. Es precursora de la humildad cuando se opone al orgullo y de la caridad cuando se opone al egoísmo. Es por ello que podemos considerar la Renuncia como una las principales virtudes olvidadas hoy en día.

Obediencia y resignación.

Según nos dice el "Evangelio Según el Espiritismo", la obediencia es el consentimiento de la razón y la resignación es el consentimiento del corazón. Ambas son los dos tipos principales de renuncia, puesto que toda renuncia, incluso la material, es precedida siempre por el consentimiento de la razón o del corazón según de que estén formados nuestro orgullo y egoísmo.

Renuncia, ¿prueba o expiación?

Desde el punto de vista filosófico, si consideramos la renuncia como virtud, no podrá ser expiación sino prueba. Una virtud se puede probar pero no expiar así como no se puede imponer. Lo que se expían son las faltas. Una expiación que nos imponga una renuncia no sería filosóficamente posible puesto que sólo podríamos renunciar a lo ganado por derecho. Realmente la expiación nos trae la carencia de lo que no hemos sido capaces de merecer para que aprendamos su verdadero valor. El peligro de una expiación es desaprovechar la enseñanza sufriendo mal. El sufrir bien ante la carencia nos habilita para sobrellevarlo y poder optar a la renuncia en una prueba posterior una vez superada dicha expiación.

La renuncia por tanto, es siempre una prueba o una misión. Una misión cuando la renuncia es únicamente en beneficio de los demás y no de uno mismo, y una prueba cuando es un proceso indispensable para nuestro progreso. Por ello podemos afirmar que siempre, el mayor beneficiado de cualquier prueba de renuncia es uno mismo, aún cuando nuestro ego ensalce el bien que podamos haber hecho a los demás. Desde cierto punto de vista toda prueba conlleva una renuncia pero no toda renuncia conlleva una prueba.

Por otro lado, tendemos a ver expiaciones donde sólo hay pruebas. El peor apego es el que convierte, para nuestro parecer, lo superfluo en necesario porque convierte lo que realmente es una prueba, en una expiación aparente a nuestros ojos, con una óptica más dura de la realidad.

Nuestra óptica ordinaria de las cosas tiende a ver expiaciones en simples pruebas del día a día.
Normalmente somos ricos de lo necesario pero nuestra disconformidad es con lo superfluo.

Renuncia de lo necesario.

En la vida frecuentemente nos cuesta discernir la frontera entre lo necesario y lo superfluo.
Teniendo en cuenta que Dios nos provee siempre de los medios que necesitamos, salvo por falta de nuestra compresión (pregunta 704 de "El Libro de los Espíritus"), concluimos que siempre tendremos todo lo necesario para el cumplimiento de nuestras pruebas, consideramos poco probable que dichas pruebas nos lleven a la renuncia de lo necesario, centrándose principalmente hacia la renuncia de lo superfluo.

Es en la diferenciación entre necesario y superfluo donde nuestros criterios suelen estar equivocados, considerando necesario gran parte de lo superfluo, generándonos grandes dificultades en el cumpliendo de nuestras pruebas o incrementando las cargas con deudas nuevas.

En este punto, para distinguir la difusa frontera entre lo necesario y lo superfluo, tenemos el "Libro de los Espíritus" que nos esclarece en la pregunta 704, que "únicamente lo necesario es útil, al paso que lo superfluo nunca lo es".

Renuncia de lo superfluo

La renuncia de lo superfluo nos lleva a eliminar de nuestras vidas todo aquello que no tenga utilidad.
La compresión de lo útil y por tanto necesario, es una larga tarea que conlleva el estudio continuado de las Leyes Naturales y por tanto de el Espiritismo, los cuales nos irán desvelando las claves de la existencia humana.

El apego por lo superfluo es la base del egoísmo y por ello, nuestro egoísmo señala el potencial de renuncia que un día llegaremos a desarrollar. Sin apego egoísta no hay necesidad de renuncia. Cuanto mayor sea nuestro egoísmo mayor tendrá que ser el esfuerzo liberador que tendremos que realizar a través de la renuncia, hasta que desarrollemos el Amor verdadero.

El Amor verdadero nos habilita para evitar el sufrimiento de la renuncia. El Amor verdadero no conoce el apego ni el egoísmo porque no los necesita para sentirse en unión con lo amado. El Amor entreteje una red invisible que une a todos los seres según la Gran Ley de Unidad que rige la Creación. Por ello no hay lugar al miedo, a la pérdida o a la inseguridad emocional, el Amor verdadero libera, no esclaviza. La renuncia antecede a la libertad pero, cuando ya la hay, la renuncia deja de ser necesaria. No puede existir la renuncia entre seres estando en unión interconectados por el verdadero amor.

Renuncia para superarnos.

Estamos saturados de pequeños hábitos que nos retienen pegados a las vibraciones groseras de la materia. Todos son fruto de nuestro apego por lo superfluo. La renuncia consciente es el camino para liberarnos de dichos hábitos adquiridos. Hábitos como la queja o la crítica pueden vencerse con el acto consciente de la renuncia. Concentrémonos en renunciar a la queja ante el mínimo contratiempo y poco a poco dejaremos de utilizar esta muletilla que no sirve para nada bueno. El hábito de la crítica podemos vencerlo con la renuncia cuando la situación nos pone a tiro el "dardo" envenenado que nos coloca supuestamente por encima de los demás. La renuncia vence la ilusión de la supuesta necesidad de quedar encima o llamar la atención. Todo ello es superfluo y lejos de ser útil hace un mal a los demás. El egoísmo y el orgullo están formados por montones de ilusiones superfluas de las que tendremos que renunciar algún día.

Renuncia al placer

Tenemos derecho al goce, de hecho es uno de los acicates que impulsan nuestra sociedad. Para poner límite a sus consecuencias, la naturaleza nos avisa mediante la sensación de saciedad que precede al hartazgo con sus consecuencias. La inteligencia que nos impulsa hacia la mejora de la condición humana, también debe imponerse sobre las pasiones para alejarnos de las consecuencias del abuso que llegan con el hartazgo, que siempre es penoso al poner en juego el dolor como elemento corrector. Renunciemos no al goce, sino a acercarnos a la saciedad como margen de seguridad que nos libre del dolor corrector de los excesos. Una vez más, el estudio de las leyes naturales será necesaria en cada área de la vida para alcanzar la comprensión las necesidades reales de nuestra naturaleza humana para alejarnos del error en cada faceta de nuestra existencia.

La inteligencia, junto con la conciencia ecológica y natural, concluye en la necesidad de alcanzar cierta simplicidad en la vida. Analicemos nuestras costumbres y su ecología, lo simple y sencillo siempre tiene un valor añadido.

La renuncia es como la medicina amarga. Podemos tomarla sin gustarnos al principio, descubriendo su belleza escondida finalmente, o bien esperar a necesitarla después la crisis que viene con la enfermedad. El sabor amargo nos recuerda los episodios de superación de las cadenas del apego.
Renunciar es romper con el dominio que ejerce el elemento material sobre uno mismo.
Por ello, toda desviación del cumplimiento de la ley natural exige renuncia.

Renunciar por una dieta o hábitos más saludables tiene una recompensa directa. Renunciar por los demás también nos trae un beneficio directo pero nuestra conciencia no lo asocia inmediatamente, la recompensa espiritual queda fuera del alcance de los sentidos materiales. La espiritualización por tanto exige renuncia, y la renuncia conlleva nuevamente simplicidad en hábitos y desapego.

José Ignacio Modamio
C.E. Entre el Cielo y la Tierra