Internamente estamos llenos de pensamientos, sensaciones, sentimientos y emociones. En cuanto a los sentimientos y emociones, frecuentemente utilizamos sus términos indistintamente, confundiéndolos en la mayoría de los casos. Para un análisis en profundidad será necesario aclarar sus diferencias para conseguir una mayor conciencia de nuestros procesos interiores.
Podemos sentir sensaciones, emociones y sentimientos. Las sensaciones son principalmente impresiones más o menos fuertes de los sentidos, sensación de calor, frío, etc... No se puede decir "sentir una sensación de amor" sino "un sentimiento de amor". En cualquier caso la palabra sentimiento nos da idea de una percepción interior, mientras por otro lado, la palabra sensación da una idea de una percepción exterior mediante los sentidos, evidentemente material.
Estudiando las partes que conforman al ser humano como el conjunto de cuerpo, espíritu y periespíritu, podemos comprender como a través del cuerpo físico, poseedor de los sentidos materiales, se imprimen las sensaciones del mundo material, que a través del periespíritu, el espíritu siente dichas impresiones provenientes del cuerpo.
Por otro lado, paralelamente, el periespíritu posee igualmente sus propios sentidos, evidentemente más sutiles y sin la limitación de la materia. Son estos sentidos mediante los cuales, los llamados "sensitivos", pueden manifestar percepciones psíquicas de pensamientos, emociones, visiones, sonidos, etc. En las personas no sensitivas, estos sentidos están enmudecidos por los sentidos físicos materiales, los cuales no paran de reportar información al espíritu, anulando la capacidad de percibir percepciones sutiles. Conforme la persona se espiritualiza, dando menos importancia a lo material, ganando en valores espirituales, aprende poco a poco a escuchar su interior y a apartar, por momentos, las sensaciones de los sentidos, alcanzando estados de conciencia donde se le abren las riquezas del mundo espiritual.
Si definimos sentimiento como estado vibratorio, comprendemos que el espíritu percibe su propio estado vibratorio como sentimiento, y a través del periespíritu percibe los sentimientos de los demás consecuencia de las vibraciones que transmiten sus emanaciones fluídicas. Ocurre que en ocasiones no sabemos cuando los sentimientos percibidos son propios o extraños, contagiándonos por tanto de aquellas vibraciones, reproduciéndolas en nuestro interior.
Energéticamente somos verdaderas dinamos. Nuestros estados vibratorios, los sentimientos, marcan el tenor de la vibración que constantemente emitimos, modificando nuestro entorno. Nuestra casa, nuestras cosas están impregnadas de nuestras emanaciones psíquicas fluídicas. Somos responsables de que nuestra casa sea un lugar confortable y agradable, de que en nuestro entorno brille la paz y el amor, porque constantemente, si lo llevamos en nuestro interior, lo estamos transmitiendo, modificando sutilmente todo lo que nos rodea. Las personas que se relacionan con nosotros se benefician o perjudican de nuestras emanaciones. También nosotros nos beneficiamos o perjudicamos de las emanaciones de los demás, pero si en nuestro interior predomina la armonía, será mínimo el daño recibido y máximo el beneficio ofrecido. Estados armónicos crean vibraciones que refuerzan la armonía. Estados inarmónicos son controlables en la medida en que podemos ser conscientes de ello y podemos cambiar de estado vibratorio, con las herramientas de la voluntad y el pensamiento creador, alcanzando el Control Emocional.
Podemos confundir emociones y sentimientos. Tanto el sentimiento como la emoción son estados vibratorios, pero mientras que en los sentimientos, podemos entender que nuestra reacción siempre es suave y armónica, conservando el ritmo y la normalidad fisiológica (sentimiento deriva de la palabra "sentir"), en las emociones (que derivan de la palabra "mocion"-"mover") la reacción, cuando es negativa o inferior, termina perturbando de alguna forma nuestro estado psico-fisiolósico. Las emociones positivas, tanto en cuanto no desarmonizan nuestro estado psico-físico, podrían ser llamadas, de forma más precisa, sentimientos. Análogamente, intentaremos utilizar los términos emociones negativas, y no sentimientos negativos, cuando nos refiramos a situaciones que perturben nuestro estado vibratorio. Lejos de intentar atribuir a las emociones un significado negativo y a los sentimientos uno positivo, entendemos que es importante utilizar, en un estudio profundo, términos diferenciados para las causas desequilibradoras y para las causas armonizadoras.
Las emociones, de forma abrupta, y los sentimientos de forma sutil, ambos, modifican el estado vibracional del espíritu, que a su vez, a través del periespíritu, terminan modificando el estado del cuerpo físico, por mediación del hipotálamo, que segregará las correspondientes hormonas y neurotransmisores, alterando el estado psico-físico de la persona. Los sentimientos, por un lado, generarán modificaciones suaves en los estados psicofísicos de la persona, re-equilibrándola, con tanta sutilidad que pasarán desapercibidos en mayor número de ocasiones. Las emociones, al contrario, caerán como un torrente de reacciones psico-físicas que desatarán el desequilibrio orgánico con fin de conseguir las mejores disposiciones para enfrentar la nueva situación de temor, enfado, tristeza, etc.
Estas reacciones, por su intensidad y fuerza, si se van repitiendo, afectarán a todo el organismo o a las partes más débiles produciendo enfermedades y dolores psicosomáticos: somáticos porque afectan al cuerpo (soma) y psíquicos por ser producidos por las ideas y emociones (psique).
Si la reacción tensiona los vasos sanguíneos, al contraerse su envoltura muscular por el temor, palidecemos. Otras emociones los dilatan y nos ruborizamos. Cuando se estrechan los vasos sanguíneos del cerebro producen dolores de cabeza. En el corazón, la mayoría de las taquicardias suelen venir por vía emotiva. Las malas noticias o mal humor suele producir inapetencia o indigestión. Un estado continuado de enfado puede producir problemas gástricos o úlceras, etc.
Si la mayoría de las enfermedades son psicosomáticas, causadas por las emociones descontroladas, podemos entender, por tanto, que somos justamente nosotros los responsables de ellas mismas, tanto en cuanto somos los responsables de nuestras emociones y falta de autocontrol.
Frente a las emociones se pueden dar dos reacciones:
A) Irracional, donde la imaginación toma el poder de nuestro pensamiento y forma de ver el problema.
En los casos donde la voluntad es la tabla salvadora, gracias al esfuerzo y tesón, podremos una vez solucionado el problema recuperar el equilibrio perdido. Cuando la solución no está a nuestro alcance, la respuesta irracional termina en la mayoría de los casos en la obsesión psíquica, fijación o exageración.
En la obsesión psicológica, el pensamiento del daño sufrido o peligro, no nos deja en paz un momento, a menos de que nos ocupemos de algo muy interesante. Está pugnando constantemente por ocupar el centro de nuestra atención. El escrúpulo no es más que una obsesión de temor. Se vencerá quitando importancia al peligro eterno que imaginamos y apartando la mente del pensamiento que lo produce, no queriendo emplearla ni siquiera en salir de la duda, sino despreciándola prácticamente.
En la fijación esas impresiones o pensamientos desagradables tienden a grabarse y fijarse en nuestra mente, repitiéndose continuamente sin que acertemos a olvidarlas o a desentendernos de ellas. Se grabarán más si les damos importancia y las tememos. Se borrarán poco a poco, si las apartamos de nuestra mente y procedemos prácticamente como si no los tuviéramos.
En la exageración, amplificamos el problema, los males o peligros, llegando a aterrarnos o enfurecernos por cosas sin importancia. Si nos vemos por un instante en esta situación, una gran fuerza de voluntad será necesaria para corregir nuestra reacción optando por la racionalización del problema y alcanzar el autocontrol.
B) Racional o autocontrol. Utilizando la razón para pensar serenadamente sobre el acontecimiento y sus consecuencias. Descubrir que no es necesario modificar nuestro estado de ánimo y que las consecuencias vistas desde un punto de vista espiritual siempre tienen un aspecto positivo donde aferrarnos.
El control emocional se va adquiriendo conforme vamos racionalizando nuestros procesos internos gracias al autoconocimiento interior y al dominio sobre nuestros pensamientos, evitando alterar un estado vibratorio equilibrado.
La realidad que nos rodea nos bombardea información constantemente. Ciertos sucesos son percibidos por nuestro subconsciente, en base a pautas aprendidas y lo traduce en impresiones que determinan nuestro estado emocional, modificando nuestro estado vibratorio.
Es en este nivel donde procesos internos determinan constantemente como nos vamos a sentir frente a las alegrías de la vida o frente a la adversidad.
Por tanto, cada persona vivencia de forma particular una misma realidad exterior. La moral de uno mismo dependerá por tanto de la forma en que encaramos las distintas vicisitudes. El humilde no se derrumbará ante la derrota. El manso no devolverá la ofensa. El justo no prejuzgara ni criticara. El caritativo dará también la capa si le piden la bolsa.
El egoísmo y el orgullo, podemos verlos como aquellos procesos internos que nos hacen vivenciar la vida con inseguridad material y mental, de forma que respondemos con acciones y emociones egoístas y orgullosas, alterando nuestro estado vibratorio, como intento vano de conseguir dicha seguridad.
Ser menos materialistas, nos permitirá tener una perspectiva menos desalentadora frente a las pérdidas materiales, facilitando nuestro autocontrol.
Tenemos que ser menos egoístas, y por tanto, tenemos que modificar internamente aquellos procesos que nos generan inseguridad material. Por ejemplo, si nos cuesta dar, tendremos que dar con mayor intensidad. Si estamos apegados a algo material, debemos deshacernos de ello. Si ansiamos algo material, debemos aprender a pasar sin ello, etc. De esta forma, ejercitaremos nuestra voluntad y corregiremos el proceso subconsciente que nos crea angustia por miedo a carecer tales cosas materiales.
El ejercicio de la caridad es el mejor corrector moral que disponemos, de ahí la frase de Allan Kardec: "Fuera de la caridad, no hay salvación".
Si analizamos todo aquello que nos crea angustia y lo miramos a la luz del Evangelio, tendremos con toda seguridad, el comportamiento correctivo a seguir, "porque mi yugo es suave y mi fardo ligero". Fuera del Evangelio el yugo es pesado, lleno de situaciones angustiosas, aparentemente sin explicación. Dentro del Evangelio, el yugo, que es la observancia de la Ley Divina, es ligero y suave al imponer por deber el amor y la caridad.
Haciéndonos conscientes de nuestros procesos internos, tenemos la oportunidad de ejercer nuestra voluntad en el dominio de uno mismo. Conseguir en cada momento dominar nuestras emociones (control emocional) y pensamientos (control mental). Este nivel consciente nos acerca a la autorrealización en la medida que elegimos el punto de vista de cada circunstancia, no solo para no caer en emociones negativas, sino para potenciar las positivas, acercándonos en lo posible a la máxima felicidad relativa posible en este mundo.
En cierta forma esto mismo ya se está utilizando en diversas terapias hipnóticas. En estos casos se busca modificar el subconsciente de la persona con técnicas que permitan su reimpresión, a base de anular temporalmente el consciente en mayor o menor medida. De esta forma se puede curar, por ejemplo, una fobia a espacios abiertos visualizando, en un estado alterado de consciencia, como la persona puede salir de casa sin ninguna consecuencia para su seguridad. Esto se llama disociación, proceso por el cual te visualizas desde fuera del cuerpo y reaprendemos la nueva idea descartando la antigua incompatible.
En otras palabras podemos decir que controlando el pensamiento podemos controlar nuestras emociones abriéndonos la puerta hacia la felicidad. Esto explica porqué funcionan tan bien los libros de autoayuda y como sus efectos pueden ser un primer paso para descubrir nuevos conocimientos que desarrollen la conciencia y la moral.
Llevando esto al terreno práctico podemos aplicarlo, por ejemplo, en los enfados. El enfado se presenta como respuesta ante una situación molesta y por tanto nos perturba enfadándonos. Si nos dejamos llevar bajamos la vibración y nos volvemos más irracionales, entrando en la frecuencia de posibles estímulos que quizás nos sugestionen hasta límites que más tarde nos harán arrepentirnos. Es por tanto una actitud limitadora puesto que merma nuestra capacidad racional. Sumamos a esto el efecto nefasto que produce esta emoción en nuestro cuerpo físico, sube la tensión, la adrenalina, etc., causándonos en los días sucesivos malestar en el aparato digestivo y excretor.
Una vez que hemos reaccionado con el enfado tenemos que conseguir el suficiente autocontrol para sugestionarnos con pensamientos que nos saquen de dicho estado. Haciéndonos conscientes de esto iremos conociéndonos mejor a nosotros mismos. Cada vez nos será más fácil modificar nuestra vibración, reconociendo que ideas funcionan mejor que otras. El estudio del Evangelio nos instará a la práctica de la Caridad, indulgencia, perdón, humildad, que indudablemente serán recursos determinantes para alcanzar el autocontrol y dominio de las pasiones. Habremos superado esta prueba no cuando podamos corregir el enfado antes de que se llegue a producir, aunque será señal de un gran avance. La prueba superada supondrá la completa aceptación y resignación de lo sucedido en base a una elevada concepción espiritual, una comprensión total de lo ocurrido, con todas sus consecuencias, viendo la luz oculta detrás de cada prueba, lo que nos permitirá actuar conscientemente, en todo momento, manteniendo nuestra armonía vibratoria.
Mientras no alcancemos dicho estado, nuestros automatismos subconscientes tienen un gran poder sobre nosotros, nuestros comportamientos y elecciones. La guerra más difícil es con uno mismo, donde derrotamos los hábitos viejos para levantar una nueva moral en uno mismo, que se irradie hacia los demás, mediante el ejemplo, y la trasmisión fluídicas de los nuevos sentimientos.
Sentimientos de amor y fraternidad tienen un doble efecto. Hacia uno mismo, donde su vibración penetra todas las moléculas de nuestro cuerpos físico y periespiritual, llenándonos de armonía psicofísica, equilibrando nuestros procesos neurológicos, hormonales, etc., corrigiendo temporalmente o completamente (si perdura lo suficiente en el tiempo), el origen de nuestras enfermedades tanto físicas como mentales (neurosis y psicosis). Y hacia los demás, donde la recepción fluídica del amor producirá efectos análogos, vinculando las almas por toda la eternidad.
Por ello podemos decir que el Amor es la mayor terapia existente, libremente a nuestra disposición, gracias a la infinita bondad y justicia del Padre.
José Ignacio Modamio
Centro Espírita "Entre el Cielo y la Tierra"
San Martín de Valdeiglesias (Madrid)
Centro Espírita "Entre el Cielo y la Tierra"
San Martín de Valdeiglesias (Madrid)