domingo, 24 de noviembre de 2019

El bien y el mal

El bien y el mal



Para poderlo explicar comenzaremos remitiéndonos al libro, "El Génesis", capítulo III, de Allan Kardec: "El origen del bien y del mal."

Dios es el principio de todo, y ese principio es una trilogía de cualidades: sabiduría, bondad y justicia. Por lo tanto, todo lo que de Él emane, debe estar impregnado de esos atributos. Siendo sabio, justo y bueno no puede producir nada irracional, malo o injusto. El mal que vemos no se ha originado en Él.
En "El Evangelio según el Espiritismo", se nos dice… Dios estableció leyes llenas de sabiduría, cuya sola finalidad es el bien. El hombre encuentra dentro de sí todo lo que necesita para seguirlas, su conciencia le traza el camino, la ley divina está grabada en su alma y, además, Dios nos trae a la memoria sin cesar, enviándonos mesías y profetas, espíritus encarnados que han recibido la misión de iluminar, moralizar y mejorar al hombre y, últimamente, una multitud de espíritus desencarnados que se manifiestan en todos los ámbitos. Si el hombre actuase conforme a las leyes divinas, evitaría los males más agudos y viviría feliz sobre la Tierra. Si no lo hace, es en virtud de su libre albedrío, y por eso sufre las consecuencias que merece.

Pero Dios, todo bondad, colocó el remedio al lado del mal, es decir, que del mismo mal hace nacer el bien. Llega el instante en que el exceso de mal moral se vuelve intolerable y el hombre siente la necesidad de cambiar. Aleccionado por la experiencia intenta encontrar un remedio en el bien, siempre de acuerdo con su libre albedrío, pues cuando penetra en un camino mejor es por su voluntad y porque ha reconocido los inconvenientes del otro que seguía. La necesidad le obliga a mejorar moralmente para ser más feliz, como esa misma necesidad le induce a mejorar las condiciones materiales de su existencia.

En "El libro de los Espíritus", se nos dice: Dios deja que el hombre elija el camino. Tanto peor para él si toma el del mal, pues su peregrinaje será más largo. Si no hubiese montañas, el hombre no comprendería que se puede ascender y descender; si no hubiese rocas, no comprendería que existen cuerpos duros. Es preciso que el espíritu adquiera experiencia, y para eso necesita conocer el bien y el mal. Por esa razón existe la unión del espíritu con el cuerpo.

Las circunstancias dan al bien y al mal una gravedad relativa. El hombre suele cometer faltas que son el resultado de la posición en que lo colocó la sociedad, aunque no por eso son menos reprensibles. No obstante, su responsabilidad se corresponde con los medios que posee de comprender el bien y el mal. Por consiguiente, el hombre instruido que comete una simple injusticia es más culpable ante Dios que el  ignorante que se entrega a sus instintos.

El mal recae sobre el que lo ha causado. Así, el hombre que es conducido al mal por la posición en que sus semejantes lo han puesto, es menos culpable que estos últimos, que han sido la causa de ese mal. Cada uno será penado, no solo por el mal que haya hecho, sino por el que haya provocado. Sacar provecho del mal es participar de él. Tal vez haya retrocedido ante la acción, pero si al encontrarla realizada la utiliza, es porque la aprueba y porque la habría realizado él mismo si hubiese podido o si se hubiese atrevido.

En "El Libro de los Espíritus", hay una pregunta que me parece muy importante, la 642, sobre todo en la última frase de la respuesta. “¿Alcanza con no hacer el mal para ser grato a Dios y asegurarse una posición en al porvenir?” Y nos dicen. “No. Es necesario hacer el bien hasta el límite de las propias fuerzas, pues cada uno responderá de todo el mal que haya resultado A CAUSA DEL BIEN QUE NO REALIZÓ.”

También nos dicen... “El mérito del bien está en la dificultad. No hay mérito si se hace el bien sin esfuerzo y cuando no cuesta nada. Dios toma más en cuenta al pobre que comparte su único pedazo de pan, que al rico que solo da lo que le sobra”. Al estar en contacto todos los días con otras personas tenemos la oportunidad de hacer el bien, cada día de nuestra vida, a no ser que estemos cegados por el egoísmo. Me acuerdo de lo que se dijo en una clase, en el centro espírita: no solamente se hace el bien siendo caritativo, sino siendo útil, en la medida de nuestras posibilidades, cada vez que nuestra ayuda sea necesaria.

El hombre progresa, y los males a los que se halla expuesto estimulan el ejercicio de su inteligencia y de sus facultades psíquicas y morales, incitándolo a la búsqueda de medios para sustraerse a las calamidades. Si no temiese a nada, ninguna necesidad le empujaría a la investigación, su espíritu se entorpecería en la inactividad y no inventaría ni descubriría nada. Es sabido que muchas veces aprendemos, como se suele decir “a base de golpes” y pienso que es verdad, como yo digo… “Si es que no vemos el peligro” y al respecto nos dicen, el dolor es como un aguijón que impulsa al hombre hacia adelante por la vía del progreso.

Pero los males más numerosos son los que el hombre crea llevado por sus vicios, los cuales se originan en su orgullo, su egoísmo, su ambición, los que nacen de todos los excesos, son causa de las guerras y de todas las calamidades que ellas acarrean: injusticias y opresión del débil por el fuerte, así como la mayor parte de las enfermedades. Donde el bien no existe allí forzosamente reina el mal. No hacer el mal es ya el comienzo del bien. Dios solo desea el bien, el mal proviene exclusivamente del hombre. Si existiese en la creación un ser encargado del mal, nadie podría evitarlo. Pero la causa del mal está en el hombre mismo y, como ese posee el libre albedrío y la guía de las leyes divinas, lo podrá evitar cuando así lo desee.

Para que nos quede un poco más claro, nos dan un ejemplo simple. Un propietario sabe que en su campo hay un lugar lleno de peligros y quien en él se aventure podrá resultar herido o incluso morir. ¿Qué hace, pues, para evitar posibles accidentes? Coloca cerca del sitio un cartel con la prohibición escrita de no entrar en él, en razón del peligro existente. La advertencia es sabia y previsora. Pero, si pese al aviso, un imprudente hace caso omiso de la advertencia y entra, sucediéndole alguna desgracia, ¿a quién va a culpar si no es así mismo?

Lo mismo sucede con respecto al mal: el hombre lo evitaría si respetase las leyes divinas. Por ejemplo: Dios puso un límite para la satisfacción de las necesidades. La saciedad le advierte, más si a pesar de ella el hombre pasa el límite, lo hace voluntariamente. Las enfermedades y la muerte que podrían acaecerla son producto de su imprevisión y no un hecho que pueda ser atribuido a Dios.
¿Quién de nosotros no ha sido educado en valores de bien y mal, de correcto e incorrecto, de blanco o negro? La educación es la clave, que tenemos que tener en cuenta a la hora de transmitirles estas enseñanzas a nuestros hijos. Sabemos que los niños a partir de los 7 – 8 años, se empieza a despertar en ellos el sentido moral infantil, el espíritu a partir de esa edad comienza a tomar conciencia de lo que lleva en su ser y va aflorando en él. A partir de ese momento, comienza a sopesar y analizar los motivos y las consecuencias de sus acciones. Saber  cómo distinguir entre el bien y el mal, nos lleva a diferenciar que es lo bueno y que es lo malo y actuar en consecuencia. También desarrollan la capacidad de considerar varias alternativas para resolver un problema y la capacidad de mirar las cosas desde el punto de vista del compañero o del amigo. A partir de esa edad se produce un gran desarrollo en el sentido moral de los niños y niñas debido a varios factores: Por el desarrollo de su inteligencia, por el creciente poder de interiorización, es decir, de asimilación de lo que ve y se le dice, por el gran número de oportunidades de participación, son mucho más independientes y autónomos.

Para enseñar a los niños a reflexionar entre el bien y el mal, debemos empezar por enseñarles el equilibrio que existe entre el valor de la generosidad y la justicia. Explicarles lo que es justo e injusto y el porqué, enseñarles a pedir perdón y a rectificar, a ponerse en el lugar del otro, dar las gracias cuando se nos ayuda, etc. Para fomentar el crecimiento personal del niño, como sujeto que piensa, siente, decide y actúa libremente. Yo tuve la bendición de tener unos padres que me inculcaron estos valores, los cuales, tengo que decir, me han servido y me sirven, en el transcurso de mi vida.
Pienso que es necesario, como grupo social que somos y como comunidad, poseamos un código ético que defina de la mejor manera posible lo que todos consideramos bueno o malo. Solo así resulta posible vivir en sociedad pacíficamente. Si no hay una unanimidad mayoritaria acerca de lo que es el bien y el mal, nos encontraríamos en una situación en la que no sabríamos que esperar de las situaciones ni tampoco como valorarlas.

Lo que nosotros llamamos mal, no es más que la ausencia del bien. No estoy sugiriendo que no existe el mal en el mundo, lo que quiero decir es que no existe por sí mismo, así como con la luz y la oscuridad. La luz existe y se puede demostrar, como también puede ser medida y ser creada artificialmente. Sin embargo la oscuridad no existe. La oscuridad es lo que ocurre cuando no hay luz. La ausencia de cosas “buenas” siempre crea cosas “malas”.

Veamos ahora que opinaban, del bien y del mal, estos antepasados nuestros, como Platón, Aristóteles, Sócrates, San Agustín, Santo Tomás de Aquino.

- Platón nos dice, que el bien es la idea suprema y que el mal es la ignorancia.

- San Agustín pasó gran parte de su vida cuestionándose sobre la existencia del mal, hasta que leyó a Platón y a San Pablo y se pudo convencer que el mal no existe, que no es en sí, no tiene ser, el mal es la ausencia del bien.

- Aristóteles considera una acción buena aquella que conduce al logro del bien del hombre, o a su fin, por lo tanto, toda acción que se oponga a ella será mala. Para Aristóteles, la bondad es un atributo trascendental del ser.

- Sócrates identificaba a la bondad con la virtud moral y a esta con el saber. La virtud es inherente al hombre que es virtuoso por naturaleza y los valores éticos son constantes, por lo tanto, el mal es el resultado de la falta de conocimiento.

- Santo Tomas de Aquino, con respecto a la existencia del mal, nos dice que al crear el universo, Dios no deseó los males que contiene, porque no puede lo que se opone a su bondad infinita. Nos sigue diciendo que el mal no fue creado, el mal es una privación de lo que en sí mismo como ser, es bueno; y el mal, como tal, no es querido tampoco por el hombre, porque el objeto de la voluntad humana es necesariamente el bien.

Si observamos lo que ocurre en el mundo, podemos ver todos los días hechos de violencia, agresividad, muerte y destrucción. Es difícil creer que no existe la maldad en forma absoluta.
Dios permite en razón de un bien mayor, que el hombre sea libre y pueda amarlo y servirlo por propia elección. No quiso el mal físico por si mismo sino en provecho de la perfección del universo.
Lorenzo
Centro Espírita “Entre el Cielo y la Tierra “

domingo, 17 de noviembre de 2019

Cuadro de la vida

Cuadro de la vida



Todos nosotros sin excepción llegaremos al final de nuestra existencia. Las preocupaciones de la vida misma nos distraen y nuestros pensamientos sobre qué encontraremos en el más allá se desvían, pero cuando el final se acerca, muy pocos son los que no se preguntan qué sucederá después de morir. La idea de dejar de existir es algo muy desconsolador. ¿Quién no sentiría vértigo al pensar que llegará el momento en que ya no pensará, ni reirá, ni podrá sentir cerca a aquellos a quienes ama? O ¿quién no sentiría espanto ante la perspectiva de la nada?

“¡Cómo!, después de mí, nada, nada más que el vacío, todo está borrado de la memoria de los que me sobrevivan, pronto no quedará ni huella de mi paso por la Tierra, incluso el bien que he hecho será olvidado por los ingratos a los que he servido y nada podrá compensar todo esto ¡ninguna otra perspectiva que la de mi cuerpo ser roído por los gusanos!” Este cuadro fue descrito por un Espíritu que había vivido con estos pensamientos toda su vida, pensamientos muy materialistas y extendidos entre muchas personas. ¿No tiene algo de terrorífico y espantoso esta reflexión?

La razón nos confirma que esto no puede ser así. Sin embargo, la vida propiamente dicha, nos engendra la duda.

La mayoría de nosotros estamos de acuerdo en que tenemos un alma, pero ¿qué es nuestra alma? ¿tiene una forma, alguna apariencia? ¿un ser limitado o indefinido?

Para unos el alma es un soplo de Dios, para otros una centella, otros creen que es una parte del gran todo, el principio de la vida y de la inteligencia. También se dice de ella que es inmaterial, sim embargo, una cosa inmaterial no podría tener proporciones indefinidas ¿no es así?

La religión por otra parte, nos cuenta que después de morir seremos felices o desdichados dependiendo del bien o el mal que hayamos hecho, pero ¿cómo es esta felicidad? ¿es una beatitud, una contemplación eterna, sin otra labor que la de cantar alabanzas al Creador? y si por el contrario vamos al infierno, ¿las llamas son una realidad o es figurado? La propia religión se decanta por esto último, pero entonces ¿cuáles son esos sufrimientos eternos? ¿dónde está ese lugar de tormentos y castigos imperecederos?

Se nos dice que nadie ha vuelto para contarnos y así contestarnos a todas estas interrogantes que la mayoría hemos podido hacernos en algún momento de nuestras vidas.
Sin embargo, esto es un error. El Espiritismo tiene precisamente como misión, esclarecernos todas estas cuestiones. Su propósito es el de hacernos comprender, no solo con el razonamiento, sino también a través de los hechos este futuro que a todos nos espera. El Espiritismo a través de los ejemplos que se encuentran en las comunicaciones con los que ya partieron, nos devuelve la esperanza que pudimos perder en algún momento de nuestra existencia. Por eso podemos decir que el Espiritismo existe porque Dios lo permite, y lo permite para reanimar nuestras vacilantes esperanzas y reconducirnos hacia el camino del bien.

Es a través de estos relatos que nos podemos acercar a la situación en la que los espíritus se pueden encontrar, revelándonos si son felices o desdichados, dónde se encuentran, además de cuáles son sus ocupaciones. Nos han servido también de gran ayuda para poder asimilar y comprender el destino inevitable que nos aguarda según nuestros propios méritos y nuestras faltas.  Con toda esta información recibida podemos hacernos un cuadro mental y animado de la vida espírita.
Veamos en primer lugar qué sucede en la transmigración del alma cuando deja este mundo. Cuando las fuerzas vitales se extinguen, el espíritu se desliga de su cuerpo material conforme la vida orgánica cesa. Esta separación no es brusca e instantánea, en ocasiones comienza antes de la interrupción completa de la vida, y no siempre es completa en el momento de la muerte.

Como bien sabemos, hay un lazo semimaterial entre el Espíritu y el cuerpo que constituye una primera envoltura, este no se rompe súbitamente y mientras este subsiste, el Espíritu está en estado de turbación, comparable al estado que acompaña el despertar. Puede incluso dudar de su muerte, siente que existe, se ve y no comprende que pueda vivir sin su cuerpo, del cual se ve separado. Los lazos que le unen a la materia le hacen sensible a ciertas sensaciones que él toma como físicas. Hasta que no está completamente libre, no se reconoce y es entonces cuando se da cuenta de su situación.
Este estado de turbación es muy variable, puede durar varias horas, meses, incluso en algunos casos años. Sin embargo, es raro que al cabo de algunos días el Espíritu no se reconozca más o menos bien, pero como todo es extraño y desconocido para él necesita tiempo para familiarizarse con su nueva situación y forma de percibir las cosas que le rodean.

Es maravilloso pensar en el instante en que el Espíritu es consciente de que su esclavitud ha cesado con la ruptura de los lazos que le unían a su cuerpo, siendo acogido por sus amigos que vienen a recibirlo a su regreso al mundo espiritual. Si su tiempo en la Tierra ha sido empleado de forma provechosa será felicitado por ello, reencontrándose con aquellos que ha conocido, reuniéndose con quienes lo aman y simpatizan con él, comenzando así verdaderamente su nueva existencia.

La envoltura semimaterial del Espíritu es una especie de cuerpo con forma parecida a la nuestra, pero no tiene nuestros órganos y por ello no puede sentir las mismas impresiones. Sin embargo, sí puede percibir todo lo que nosotros percibimos, la luz, el sonido, los olores, etc., siendo estas más claras, sutiles y precisas ya que llegan al Espíritu sin la barrera del cuerpo material. Estas le llegan por todas partes y no a través de los canales determinados.

El Espíritu ve sin la ayuda de la luz y escucha sin necesidad de las vibraciones del aire, por eso, para él no hay oscuridad. Ahora bien, si estas sensaciones no cesaran nunca, serían fatigantes. Es por ello que los espíritus tienen la facultad de suspenderlas a voluntad, pudiendo así dejar de oír, ver o sentir lo que no quieran.

Esta condición es difícil de comprender al principio por el Espíritu. En especial para aquellos cuya inteligencia aún está atrasada. Es esta imposibilidad de concebir, unido a la fanfarronería –compañera muy común de la ignorancia- lo que lleva a algunos espíritus a teorías absurdas que solo inducen al error si fueran aceptadas.

Hay muchas sensaciones que tienen su origen en el propio estado de nuestros órganos, y puesto que el Espíritu no los tiene, no pueden sentirlas, y es por ello que no puede sentir fatiga, ni necesidad de reposo o de comer ya que al no tener desgaste, no tiene nada que reparar. Tampoco padece las enfermedades que sufrimos cuando estamos encarnados. Al igual que está exento de estar atento a negocios, ni a la tribulaciones y tormentos superfluos de la vida. Los espíritus más inferiores sujetos a todas estas pasiones, y deseos como cuando estaban encarnados, sufren al no poder satisfacerlos. Siendo para ellos una verdadera tortura que en muchas ocasiones creen perpetua, ya que su propia inferioridad les impide ver el término, siendo realmente para ellos un castigo.

La palabra articulada también es una necesidad de nuestro organismo, al no precisar de vibraciones sonoras para impresionar sus oídos, los espíritus se comunican a través de la transmisión del pensamiento, como a menudo nos pasa a nosotros mismos cuando nos comunicamos con solo una mirada. Por otro lado, los espíritus hacen ruido, sabemos que pueden obrar sobre la materia y esta nos trasmite el sonido. Es a través de estos sonidos que se hacen escuchar, ya sea con ruidos o gritos, por lo que entonces podemos decir que lo hacen para nosotros y no para ellos.

Los Espíritus se transportan sin fatiga ninguna de un lugar a otro, cruzando el espacio con la velocidad del pensamiento, pudiendo penetrar en todas partes, no siendo un obstáculo para ellos.
Pueden ver todo lo que nosotros vemos, y mucho más claro, ya que no tienen los sentidos tan limitados como nosotros. Al penetrar la materia pueden ver aquello que esta oculta a nuestros ojos.
Por todo lo dicho hasta ahora, los Espíritus no son seres vagos e indefinidos, si no reales, determinados y circunspectos, que poseen nuestras facultades y otras que nos son desconocidas, ya que son inherentes a su propia naturaleza.

Componen el mundo invisible que puebla el espacio, rodeándonos y codeándonos sin cesar. Si por un momento el velo material que los oculta desapareciera, nos veríamos rodeados de una multitud de seres que van y vienen, que se mueven a nuestro alrededor y que nos observan, como si nosotros nos encontráramos en una reunión de ciegos. Para los Espíritus nosotros somos los ciegos y ellos son los videntes.

Dijimos anteriormente que el Espíritu tarda algún tiempo en reconocerse y que todo le resulta extraño al principio. Podríamos preguntarnos cómo es posible esto si ya ha tenido otras existencias corporales, y por lógica, han estado separadas por intervalos en el mundo espiritual, luego entonces ya lo conoce ¿no?

Son varias las causas que contribuyen a que las percepciones le parezcan nuevas. Una podría ser que, como dijimos, el Espíritu sufre una turbación al desligarse del cuerpo carnal y según se va disipando esta, las ideas se le van aclarando poco a poco y el recuerdo del pasado le vuelve gradualmente a la memoria. Hasta que no está completamente desmaterializado no se desarrolla el pasado ante él, y es entonces cuando recuerda todos los actos de su última existencia, después de sus existencias anteriores y de sus diversos pasajes en el mundo de los Espíritus. Por eso es que durante cierto tiempo todo lo que le sucede le parce nuevo, hasta que lo reconoce completamente y el recuerdo de las sensaciones que ya hubiera experimentado vuelvan a él de manera más precisa.

Otra de las razones es que el estado del Espíritu, como Espíritu, varía extraordinariamente dependiendo de su grado de elevación y pureza. A medida que se eleva y se depura, sus percepciones y sensaciones son menos groseras, adquieren mayor fineza, sutileza, y delicadeza, viendo, sintiendo y comprendiendo cosas que no podía en una condición más inferior.

Ya que cada existencia corporal es una oportunidad de progresar, si ha aprovechado bien esta y ha progresado, se abrirá ante él un nuevo medio, encontrándose con Espíritus de otro orden, en el cual todos los pensamientos y hábitos son diferentes. Esta depuración le permitirá entrar en mundos inaccesibles a Espíritus inferiores.

Cuanto menos está esclarecido, más limitado es el horizonte para él, a medida que se eleva y se depura, este horizonte se amplía, y con él, el círculo de sus ideas y percepciones. Conforme progresan, sus ideas se desarrollan y la memoria se perfecciona, estando familiarizados con su situación de antemano. Su regreso entre otros Espíritus no tiene nada que les pueda sorprender, vuelven a encontrarse en su medio normal, y pasado el primer momento de turbación, se reconocen inmediatamente.

Hasta aquí hemos hablado de cómo es la situación de la mayoría de los Espíritus en lo que se denomina estado de erraticidad. Pero, ¿qué hacen? ¿cómo pasan su tiempo?

Al igual que ellos nos han desvelado todo lo que ya hemos expuesto, de nuevo nos revelan estas otras cuestiones. Sería un error por nuestra parte pensar que la vida espiritual es ociosa. Todo lo contrario, es activa y ellos nos han relatado sus ocupaciones.

Entre los que han alcanzado cierto grado de elevación, unos velan por el cumplimiento de los designios de Dios en los grandes destinos del Universo, dirigen la marcha de los acontecimientos y ayudan en el progreso de cada uno de los mundos.

Otros ponen bajo su protección a los individuos y se constituyen en sus ángeles guardianes, o guías protectores, acompañándolos desde el nacimiento hasta la muerte, procurando dirigirlos hacia el camino del bien, siendo una gran felicidad para ellos cuando sus esfuerzos son concluidos con éxito.
Algunos se encarnan en mundos inferiores para cumplir allí misiones de progreso, por medio de su trabajo, ejemplo, consejo y enseñanza, buscan hacer que avancen, unos en las ciencias, en las artes y otros en las virtudes morales. Sometiéndose voluntariamente a las vicisitudes de una vida corporal, con el único propósito de hacer el bien.

Y otros no tienen atribuciones especiales, simplemente van por todas partes donde su presencia es útil, dando consejos, inspirando buenas ideas, sosteniendo a los desfallecidos, o dando fuerzas a los débiles.

Considerando el número infinito de los mundos que pueblan el Universo y el número incalculable de seres que lo habitan, podemos tener muy claro que los Espíritus tienen en qué ocupar su tiempo, siendo estas ocupaciones motivo de alegría, haciéndolo voluntariamente, y su felicidad es lograr aquello que emprenden. Su vida nada tiene que ver con una ociosidad eterna, que sería más un suplicio que otra cosa. Aunque el espacio entero es de su domino, tiene preferencia por los globos donde están sus objetivos.

Descendiendo en la jerarquía, nos encontramos con Espíritus menos elevados, menos depurados, y por consiguiente menos esclarecidos, aunque esto no significa que sean menos buenos, y que en la esfera en la que se encuentran cumplan con funciones análogas. Su acción, no se extiende a los diferentes mundos, sino que la ejercen especialmente en un mundo determinado, estando relacionado con el grado de su propio adelantamiento, siendo su influencia más individual y como objetivo cosas de menor importancia.

Seguidos a estos nos encontramos con los espíritus más comunes, más o menos buenos o malos que pululan a nuestro alrededor. Ellos se elevan poco por encima de la Humanidad, siendo el reflejo de la misma, ya que tienen todos los vicios y todas las virtudes. Muchos de ellos siguen teniendo los gustos, ideas e inclinaciones que cuando estaban encarnados, sus facultades son limitadas, su juicio es falible como el de los hombres, a menudo erróneo y lleno de prejuicios.

En algunos el sentido moral está más desarrollado, sin tener gran superioridad ni profundidad, frecuentemente condenan lo que han hecho, lo que han dicho y pensado mientras estaban encarnados. Aun entre los más comunes los sentimientos son más depurados como Espíritus que como hombres, la vida espiritual les esclarece sobre sus defectos y lamentan el mal que han hecho, sufriéndolo más o menos. El endurecimiento absoluto es muy raro, siendo temporal, ya que tarde o temprano acaban sufriendo. Todos aspiran a perfeccionarse, comprendiendo que es el único medio de salir de su inferioridad. Instruirse, esclarecerse, es su gran preocupación, sintiéndose felices cuando pueden sumar algunas misiones de confianza, que los elevan a sus propios ojos.

Ellos nos hablan nos observan, y nos ven, entrometiéndose en nuestras reuniones, juegos, fiestas, así como en nuestros asuntos serios. Escuchan nuestras conversaciones, los más ligeros para divertirse y a veces para reírse de nosotros. Otros para instruirse, observan el carácter de los hombres y estudiar las costumbres con miras a elegir su futura existencia.

La necesidad de progresar es general entre los Espíritus, incitándoles a trabajar en su mejoramiento, ya que comprenden que es el precio de su felicidad. Pero no todos sienten esta necesidad, algunos se complacen en una especie de ociosidad, pero que dura tan solo un tiempo, ya que después la actividad se vuelve en una necesidad para ellos también, siendo impulsados también por otros espíritus que les estimulan a ello.

Y por último vienen aquellos Espíritus impuros, cuya única preocupación es el mal. Sufren y desearían ver a todos sufrir como ellos. Los celos les vuelve odiosa la superioridad de los otros, y el odio se convierte en su esencia. Y como no pueden sobreponerse a estos Espíritus lo hacen con el hombre, atacando a aquellos que sienten más débiles. Incitan las malas pasiones, siembran la discordia, provocan riñas, alimentan el orgullo, esparcen el error y la mentira, es decir intentan desviar del bien a todo los que pueden con sus pensamientos dominantes.

Estos Espíritus están en la Tierra porque encuentran simpatías en ella. Por eso, consolémonos en pensar que por encima de ellos se encuentran seres puros y benevolentes que nos aman, que nos sostienen, alientan y nos tienden sus manos para llevarnos hacia ellos, hacia mundo mejores donde el mal no tiene ya lugar. Esforcemos pues, para llegar cuanto antes a estos mundos. De nosotros depende.
Conchi Rojo
Centro Espírita "Entre el Cielo y la Tierra" 

domingo, 10 de noviembre de 2019

La evolución del alma

La evolución del alma


“Todo se eslabona en la naturaleza” (“El Libro de los Espíritus”, preg. 540), nada permanece estacionario, todo evoluciona cumpliendo la Ley de Progreso, a través de los mecanismos de adaptación y herencia a nivel material y reencarnación a nivel espiritual.
Cada nueva encarnación nos permite adquirir a nivel físico la herencia de nuestros padres, sumándola a nuestras conquistas fisiopsicosomáticas de existencias pasadas almacenadas en nuestro periespíritu, preparándonos para nuevas metas evolutivas.

El espíritu se va abriendo camino en la evolución gracias a las experiencias adquiridas en el cuerpo físico, a través del periespíritu, como mediador energético entre espíritu y la materia.
Gabriel Delanne, nos dice en su libro “La evolución anímica”: “Todos los cambios que se observan en la Naturaleza no tienen sino un objeto: el progreso del Espíritu”.

La Ley de Progreso, explicada en “El Libro de los Espíritus” cap. VIII, nos ayuda a comprender que no existe la casualidad en la evolución del espíritu. La inteligencia y la moral evolucionan al principio con ritmos diferentes y el cuerpo físico, en cada encarnación, incorpora los elementos necesarios para continuar evolucionando gracias s los mecanismos de adaptación dirigidos y proyectados desde el plano extrafísico, siempre en armonía con la Ley Natural y para el bien de todas las criaturas en cumplimiento de “la gran Ley de Unidad que rige la Creación”.
En la Creación nada permanece estático, todo evoluciona, tanto lo material proveniente del Principio Material o Fluido Cósmico Universal, como lo espiritual, proveniente del Principio Inteligente que anima a su vez todas las creaciones de acuerdo a sus posibilidades evolutivas.

La atracción es la expresión del Principio Inteligente en el reino mineral, la sensación en el reino vegetal, el instinto en el reino animal, el razonamiento en el ser humano y lo divino en ser evolucionado hasta la perfección (ver apartado “Automatismo y herencia” en libro “Evolución en dos mundos”, Chico Xavier). En el vegetal, el Principio Inteligente aprende a desarrollar los instintos, en el animal, desarrolla su inteligencia de camino a alcanzar la razón, en el hombre continua en busca de lo divino a través del desarrollo de sentimientos elevados y en el ser superior, ¿quién sabe dónde detendrá su evolución en la inmensidad del infinito en plena unión con el Creador?

La inteligencia, el instinto y el sentimiento de los animales y los del ser humano comparten la misma naturaleza, diferenciándose únicamente en el grado de desarrollo y su alcance, pero con la misma esencia.

En su libro “La evolución anímica”, Gabriel Delanne dice: “la naturaleza pensante de uno y del otro es del mismo orden y no difieren en esencia, sino en grado de manifestación, y esto es, precisamente, lo que evidencian ciertas facultades de los animales, tales como la atención, el juicio, el raciocinio, la asociación de ideas, la memoria y la imaginación” (Pág. 59). Además, demuestra también "que los sentimientos morales, tales como el remordimiento, el sentido moral, la noción de lo justo y de lo injusto, etcétera, se hallan en germen en todos los animales” (Pág. 70).

Basados en la Ley Natural, los instintos, predominan en las etapas primitivas de la evolución de la humanidad por encima de la inteligencia, la cual vamos desarrollando gracias a la adquisición de nuevas experiencias, vida tras vida, reencarnación tras reencarnación, mejorando las aptitudes intelectuales y doblegando los instintos con ellas. Instintos que en su origen son buenos y nos llevan seguros por el camino evolutivo hasta el despertar de nuestra conciencia e inteligencia, necesarios para volvernos responsables de nosotros mismos y de nuestros actos. Instintos que se pueden desvirtuar, modificados por la inteligencia en desarrollo, en ausencia de la moral, a través del abuso, dando origen a nuestras pasiones. Por eso los instintos, como el de conservación, son comunes a todo ser humano, pero no sus pasiones, las cuales hemos ido alimentando en base a nuestras decisiones pretéritas, que nos acompañarán en el transcurso de muchas vidas hasta que podamos superarlos con el desarrollo de la moralidad. El ego, y su expresión el egoísmo, originado desde el instinto de conservación, aparece en paralelo a la inteligencia de la cual se alimenta, pero se desarrolla en función del camino que tomemos con nuestras elecciones y sus consecuentes experiencias. El sentimiento de separación, el orgullo, determinará en gran medida el desarrollo del ego, estableciendo el círculo bajo su protección. Todo ello de una forma natural salvo cuando la inteligencia, sin la supervisión de la moral, considere únicamente la realidad material sin connotaciones espirituales que la clarifiquen y alejen del error.

Por ello, en los animales, todavía carentes de una inteligencia completamente despierta, se pueden ver los instintos en estado más puro, con menos distorsiones y normalmente alejados de las pasiones. Vemos en ellos actos de amor, dedicación y renuncia que muestran el germen de su humanidad y demuestra, todo ello, la necesidad de un plan superior y elevado que le dé sentido a su existencia, muy por encima de la simple creencia de están aquí a nuestra disposición solo para servirnos.
El proceso de creación de los espíritus está todavía muy lejos de las posibilidades de nuestro entendimiento y solo podemos aproximarnos a comprenderlo, a grandes rasgos, observando y estudiando las Leyes Naturales y el Principio Inteligente en sus distintas formas de manifestación, evolucionando a través de los tres reinos, antes de mostrarse como una inteligencia humana, con plena conciencia de sí misma.

La ciencia espírita nos aporta del conocimiento sobre el periespíritu, el cual nos ayudará en la tarea de comprender el proceso material y espiritual de la creación del espíritu.

El Principio Inteligente, evolucionando a través de los tres reinos, va conformando el periespíritu como cuerpo espiritual que vincula el espíritu con el cuerpo físico, transmitiendo la experiencia física al espíritu para su aprendizaje y albergando todos los componentes energéticos y funcionales necesarios para la vida física y espiritual, incluyendo los aspectos relativos a la mente como la memoria, las emociones y los sentimientos, en función de las aptitudes alcanzadas en cada etapa evolutiva.

El periespíritu reorganiza a nivel celular el cuerpo físico y es el vehículo de toda sensación e información que le llega al principio inteligente a través de las múltiples encarnaciones en el mundo físico en un proceso de individualización progresiva hasta conformarse como único en el universo e indivisible, alcanzando a la par el reino hominal, la conciencia de sí mismo y la responsabilidad de sus actos frente a la vida, otorgándosele en ese momento la chispa divina o Principio Divino (ver capítulo III de “Evolución en dos mundos” de Chico Xavier) y empezando una nueva etapa de responsabilidad y libre albedrío, donde el sentido moral, la conciencia de sí mismo y la búsqueda de las facultades espirituales serán su más alto objetivo en la lucha de sí mismo en la nueva etapa en camino hacia siguiente reino, el angélico.

“El Libro de los Espíritus”, preg. 115, nos dice que los espíritus son creados simples e ignorantes, es decir, carentes de ciencia, por lo que todos en un principio tenemos idéntica aptitud para progresar individualmente sin recibir privilegios o dones especiales que nos diferencien a unos de otros. Siendo todos hijos del mismo Creador, se establece, por tanto, la universalidad de la igualdad y la necesaria fraternidad entre todos los seres, sea cual fuere su estado evolutivo puesto que todos a la vez somos herederos de la Creación.

Todo ello, muestra a su vez, la gran bondad y grandiosidad del Plan Divino que ha sido preparado para nosotros y todas las criaturas a la vez, a través de “la gran Ley de Unidad que rige la Creación” (capítulo XI, ítem 23) con base en el Amor, verdadera esencia del Creador.
José Ignacio Modamio
Centro Espírita “Entre el Cielo y la Tierra”