martes, 13 de abril de 2010

LA MORAL


Podemos definir moral como el conjunto de normas de una persona o grupo social que les sirven de guía para obrar bien o mal. Considerando que tanto el bien como el mal, para la sociedad son aspectos relativos, variables con el tiempo, la moral por tanto también es relativa para la sociedad, y por tanto un comportamiento moral puede ser inmoral o viceversa conforme avanza una sociedad.

Etimológicamente, moral, viene del latín moralis que derivaba del termino mos (o en plural mores), cuyo significado es costumbre. Son las costumbres de una sociedad, las que establecen las leyes, mediante repetición de una serie de actos socialmente reconocidos legítimos. Si las costumbres consolidan las creencias mediante su repetición reiterada, las creencias y costumbres forman las estructuras morales de la sociedad y sus individuos. Cambios por tanto en las creencias y costumbres de la sociedad, o de la persona, cambian los conceptos relativos del bien y mal.

Podemos hablar por tanto de una moral social, basada en las creencias de la sociedad, moral religiosa, basada en dogmas religiosos, moral individual, de cada persona con sus propias creencias, y por último, la Moral Universal, inmutable y divina, basada en la aplicación perfecta de las Leyes Universales.
Estudiando las Leyes Universales modificamos nuestras propias creencias y nos acercamos, en lo posible, hacia la Moral Universal. El estudio de la Doctrina Espírita modificará racionalmente las antiguas estructuras internas que cristalizadas dan soporte a tantas inclinaciones primitivas y en muchos casos desviadas de una línea evolutiva ascensorial, gracias al conocimiento de las Leyes Universales y de la vida espiritual.

Actualmente, y mientras no tomemos el control de nuestra conciencia, vamos en cierta forma teledirigidos por la influencia socioreligiosa que nos inculcan nuestros padres y educadores. Nuestras actuales creencias condicionan nuestro comportamiento, conformando nuestra moral individual que actúa sobre nuestra forma de pensar, nuestros principios e ideas del bien y del mal.

Las creencias sociales y religiosas no siempre coinciden plenamente. Por ejemplo, desde la antigüedad, en todas las culturas, ha estado presente la creencia en los espíritus, quedando como patrimonio de la creencia social, a pesar de que en la actualidad, el dogma religioso predominante enseña lo contrario. Por eso, con tanta frecuencia en la actualidad ocurre que desde niños presentimos que alguien nos observa y en ocasiones tenemos miedo de quedarnos solo dentro de la seguridad del hogar. Las influencias socio-religiosas son, podemos decir, las influencias externas de nuestra moral individual. No podemos crecer eternamente mediante la moralidad de otros, es nuestra moralidad la que tiene que crecer en nosotros. Las religiones del mundo tienen una importante función en los espíritus jóvenes, pero no pueden poner límites al crecimiento espiritual de una individualidad que haya alcanzado cierta madurez moral.
Además de las influencias externas, por otro lado, también tenemos nuestras propias influencias internas. Principalmente tenemos la conciencia de nuestro espíritu, forjada en nuestras vidas pasadas, mediante la reencarnación y la conciencia que formamos en la actual existencia corporal procesando las experiencias que vivimos cada día.

El conocimiento de uno mismo se torna indispensable en el arduo trabajo de la transformación moral y desarrollo de la conciencia. Nos dará una referencia de nuestra actual situación y como consecuencia de las causas que la generaron, comprendiendo el estado anterior de donde venimos y nuestro estado futuro al que avanzamos con esfuerzo y dedicación. La comprensión profunda de las propias experiencias actuales, nos impulsa decididamente a la autotransformación, bien para no repetir las consecuencias penosas, bien para intensificar las consecuencias dichosas. Sin comprensión de las experiencias diarias el mecanismo de autotransformación es más lento, siendo necesaria la extenuación y aborrecimiento por parte del espíritu de aquello que le perjudica, a base de estrellarse penosamente una y otra vez.
Cuanto antes aprendamos a evitar las acciones que nos hacen daño antes actuaremos según las Leyes Universales de forma moral.

La Ley de Acción y Reacción tiene para el espíritu una misión especialmente didáctica. Cuando somos niños, los maestros refuerzan nuestro aprendizaje con premios o consecuencias (no castigos) para educarnos. Igualmente, podemos considerar a Dios como Padre que nos tutela y que está presto a socorrernos, mediante sus buenos espíritus, pero que cuando nos equivocamos y nos alejamos de Él, espera en virtud de nuestro libre albedrío, el momento que elijamos de volver a Él, por fin cansados y extenuados de estar errantes sufriendo las consecuencias de nuestros propios errores.

Podemos decir pues, que el dolor es un bien para el espíritu, recurso de alarma, que nos permite detectar que algo no marcha bien, en nuestro cuerpo por la falta de salud, en nuestro espíritu, por la falta de moral.

Frecuentemente agravamos nuestra situación con nuevos endeudamientos y errores morales en la vida actual, añadiéndolos a las deudas que nos persiguen de reencarnaciones anteriores, formando un círculo vicioso que las religiones orientales llaman "rueda del karma".

El estudio y la moralización son los elementos que nos permitirán salir de esta rueda, donde acciones iniciadas bajo nuestras deficiencias morales causarán experiencias penosas sucesivamente o en vidas posteriores. Cuando no hay estudio ni moralización, una mala acción conlleva una experiencia que en muchos casos refuerza el mal hábito inicial cuando lo que se cultiva es el odio, orgullo y egoísmo. El sufrimiento aumenta de forma exponencial a nuestro alrededor y en uno mismo. No relacionamos que somos los causantes de nuestras propias desgracias y de muchas de las de nuestros seres queridos, y sin embargo no dudamos en acusar a Dios de injusto. La ignorancia es muy atrevida, y causa de todos los males. Este camino es arduo y lento en evolución, al necesitar de la extenuación de todas las energías del espíritu para doblegar orgullo y egoísmo que impiden la resignación necesaria para empezar a reparar todo lo adeudado.

Cúan diferente es el caso que, quien estudiando la Doctrina Espírita, comprende que sus sufrimientos son la demostración de su pasado deudor, que transformándose y poniéndose al servicio de los demás, contribuye al adelanto propio, sus acreedores y de todos los que le rodean mediante el ejemplo. Que cada experiencia dolorosa es el alimento para nuevos retos de transformación, porque demuestran carencias que traemos del pasado. La Ley de Justicia, Amor y Caridad (capítulo XI del Libro de los Espíritus) es el mayor mecanismo de transformación espiritual del Universo, la alquimia suprema del alma, así pues, cada acto de amor tiene una consecuencia transformadora de impredecibles consecuencias. Cada acto de amor es una semilla que esperará el momento justo para germinar incluso en los corazones mas endurecidos.

Aprendemos a amar primeramente mediante el ejemplo, recibiendo amor, no se puede amar lo que no se conoce y también puede aplicarse para el mismo amor. Por eso es tan importante dar amor y cariño a los niños, para que lo automaticen internamente como algo natural. Nosotros, conocedores ya de lo que es el amor, cuando lo recibimos nos sentimos más capacitados para amar, sin embargo, no deberíamos esperar a recibir primero porque cada uno recogeremos, también en el amor, aquello que antes hayamos sembrado.
José Ignacio Modamio
Centro espírita “Entre el Cielo y la Tierra”

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