miércoles, 1 de febrero de 2012

La Felicidad




¿Qué se supone que es la felicidad? El ser humano ha tendido siempre a perseguir la felicidad como una meta o un fin, como un estado de bienestar, ideal o permanente al que llegar y quizá su principal característica sea la futilidad, su capacidad de aparecer y desaparecer de forma constante a lo largo de nuestras vidas. Sin embargo, parece ser que se compone de pequeños momentos, de detalles vividos en el día a día. Es un concepto con profundos significados, incluye alegría, pero también otras muchas emociones, algunas de las cuales no son necesariamente positivas (compromiso, lucha, retos, incluso dolor).
Es muy difícil que en el mundo en el cual estamos, el hombre tenga una felicidad total, ya que, como sabemos, éste es un mundo de expiación y pruebas, y como dice una máxima: “La felicidad no es de este mundo”.

En la Tierra, hágase lo que se hiciese, a cada cual toca su parte de trabajo fatigoso y de miseria, su lote de sufrimientos y desilusiones. Tenemos que saber que lo que nos parece un mal no lo es siempre, pues a menudo ha de resultar de él un bien, que será más grande que el mal y esto es lo que muchas veces no comprendemos porque sólo pensamos en el presente y en nuestra persona.

En mis 54 años vividos, he tenido la gran suerte, “entre comillas”, de haber nacido sin uno de los defectos del ser humano, la envidia. Mi vida desde la infancia ha sido de dar más que de recibir. Mis padres me inculcaron que hay que ayudar al necesitado, de todo tipo y también a ponerlo en práctica. Éramos pobres pero no es necesario poseer mucho para ayudar a los demás, tenemos dos manos, tenemos una conciencia, tenemos unos valores, más o menos desarrollados… Que nadie se diga a sí mismo “yo no puedo”, no hay que ser hipócrita, pues todos poseemos, en medida de nuestras posibilidades. No hay excusa posible para no hacer la caridad.

La caridad es muy amplia. Algunas personas, cuando oyen la palabra caridad les suena a dar limosna al mendigo o necesitado que está en la calle con un platillo. Sin embargo, la caridad es tan amplia que es casi inabarcable, desde ayudar a llevar las bolsas de la compra a una persona anciana, a dar consuelo al afligido, visitar y animar al enfermo, ayudar al vecino… Podríamos seguir y seguir, pero creo que se ha comprendido lo que quiero decir.

Hay muchas personas que dicen “¡No soy feliz! ¡La felicidad no se ha hecho para mí!” sea cual fuese la situación social en la que se encuentre. Está demostrado que ni la fortuna ni el poder son condiciones esenciales de la dicha. ¿Cuántas veces no hemos visto u oído, en medio de las clases más privilegiadas, a personas de toda edad quejarse con amargura de su situación? Ante tal resultado es inconcebible que las clases trabajadoras y luchadoras ambicionen con tanta avidez la situación de aquellos a quienes la fortuna parece haberles favorecido.

Doy gracias a Dios por la profesión que tengo, con la cual estoy en contacto con las personas, y me permite transmitir e irradiar esta energía vital que tengo. A veces mis compañeros espíritas me dicen: “Tú también tienes que dejarte ayudar” (porque a veces me resisto), y reconozco que tienen razón, yo también necesito ayuda, como todo ser humano.

La felicidad es una cualidad producto de un estado de armonía interno, que se manifiesta como un sentimiento de bienestar y perdura en el tiempo. Es un estado de ánimo que se produce en la persona, cuando cree haber alcanzado una meta deseada y buena, tal estado propicia paz interior, un enfoque de medio positivo, al mismo tiempo estimula a conquistar nuevas metas, es definida como una condición interna de satisfacción y de alegría.

Me he criado con esta máxima, que va conmigo desde que tengo uso de razón y que ustedes ya habrán oído infinidad de veces: “No es más feliz el que más tiene, si no el que menos necesita”. Esta y la caridad son mis secretos para ser feliz.

Les he querido hacer partícipes a todos ustedes que están ahora leyendo este escrito de lo que siento y lo hago con toda humildad, porque este es mi modo de ver y sentir la verdadera felicidad. Sólo las personas que comprenden estas ideas saben perfectamente lo que estoy diciendo y a las que, por el motivo que sea, no entienden lo que digo, les propongo que pongan en práctica lo dicho aquí. Si por el contrario necesitan ayuda, pónganse en contacto con esta publicación o el Centro Espírita.

Cuando notemos que no somos felices, pensemos que a menudo depende de nosotros mismos.  Dios nos ha dado la inteligencia para que nos sirvamos de ella y nos dice… Buscad y encontraréis,… llamad y se os abrirá. Y, en ese punto especialmente, vienen a nuestra ayuda los espíritus sugiriéndonos pensamientos propicios, pero… tenemos que poner mucho de nuestra parte para encontrar la felicidad.

Yo, por mi parte, me considero una persona feliz y les puedo narrar, como estoy encontrando la felicidad. En el transcurso de los últimos me he ido desprendiendo de cosas materiales, que yo notaba no me hacían feliz, a pesar de que otras personas allegadas a mí entendían lo contrario. Para esas personas, la opulencia, el aparentar ante los demás, el tener casa vez más posesiones, tener el poder para dominar a ciertas personas, la avaricia es su modo de entender que así pueden (teniendo  supuestamente todo) ser felices, más que otras personas que no tengan sus mismas ambiciones.

Les puedo decir por experiencia propia, ya que yo he convivido con estas personas, que son muy desgraciadas. Los demás no lo notan, pues la apariencia lo es todo para ellos y se cuidan mucho de que no se les note, pero como ya les he dicho, cuando se convive con ellos se les nota las muchas carencias que tienen, y se llega a tenerles lástima. Yo rezo por ellos para que, de alguna manera, descubran lo que yo he descubierto con el Espiritismo, que la verdadera felicidad la tenemos todos dentro de nosotros, sólo nos hace falta un detonante para que explote y quedemos impregnados de ella, día tras día. Pero esto tiene un precio… ¿cuál? La mejora, por nuestra parte, de nuestros actos y nuestras actitudes de entender. ¿Para qué estamos aquí, en este mundo?, ¿para acumular riquezas, para intentar ser más que nadie? etc. La respuesta, a mi modo de ver, está en poner en práctica los valores morales que todos podemos tener, si nos lo proponemos. Valorar y reforzar, descubrir y disfrutar de todo lo bueno que tenemos, sacar jugo y gozo, vivir abiertos al prójimo, pensar que es preferible que nos engañen 5 o 6 veces en nuestra vida, a que pasemos la vida desconfiando de los demás, tratar de comprenderlos y de aceptarlos tal y como son, distintos a nosotros, buscar todo lo que nos une y no todo lo que nos separa, creer en el bien, porque el bien nos hace bien y el mal nos hace mal, preocuparse más por amar que por ser amados, procurar sonreír con ganas o sin ellas, transmitir y compartir nuestra felicidad interna, ser útiles a nosotros mismos y a los demás, cada día, con cualquier persona, se lo merezca o no. En dos palabras “hacer caridad”.
Esto que les estoy contando, les puede parecer difícil, inaccesible, casi imposible, por el modo que se tiene de vivir hoy en día. Yo les digo por propia experiencia que es mucho más fácil de lo que creen, piensen un poco en esta reflexión de nuestro querido León Denis: "Tener pocas necesidades también es una forma de riqueza”.

En esta sociedad de consumo que nos está tocando vivir, el materialismo se apodera de las personas, o mejor dicho, son las personas las que adoran el materialismo, como si fuese “El becerro de oro”, como si ser rico y poderoso, fuese la meta a alcanzar.

Personalmente creo que todas las personas tenemos que proporcionarnos una familia, una casa, un medio de transporte, ropa, comida, etc. y prosperar en la vida, alcanzar un bienestar. Ayúdate a ti mismo, para después hacer lo mismo por los que lo necesiten. Debemos decirnos “tengo lo necesario para ser feliz” y recordar que todo lo que hay en este planeta, incluido lo que todos nosotros creemos poseer, no es nuestro, nos ha sido prestado por Dios (de una manera o de otra) para que disfrutemos de ello, lo cuidemos y lo mejoremos para las generaciones venideras (que en algunas de ellas también estaremos nosotros).
Si sólo nos preocupamos de destrozar y derrochar, y no atendemos a lo que se nos ha dicho, Dios nos aplicará estas palabras: “Tú has recibido ya tu recompensa”.

Alguien dijo: “¡Señor! ¡He conocido todas las alegrías de la opulencia y me has reducido a la más profunda miseria! Gracias, gracias, Dios mío, por haber querido probar a vuestro siervo”

Mi fórmula de la felicidad: pn + c = p + s + h^2 = √cm = ai = Felicidad; donde, pc= Pocas necesidades; c= Caridad; p= Percibes; s= sientes; h= hacer más; cm= cambios morales; ai= Armonía interior.
La felicidad se puede contagiar… ¡contágiate!
Que Dios nos bendiga a todos.


Lorenzo

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