viernes, 9 de octubre de 2009

Conciencia, apegos e instintos (I)

Evidentemente estamos inmersos en la Era de la Modernidad, donde los descubrimientos tecnológicos y el desarrollo intelectual llevan al ser humano a romper límites anteriormente insospechados.
La doble faceta del ser humano, moral e intelectual, está en la mayoría de los casos descompensada. El orgullo levantado por nuestro intelectualismo ha reforzado en muchos casos el materialismo científico con la creencia de poder explicar todo algún día.
La moralidad en muchos casos se queda relegada al ámbito de lo religioso donde el excesivo dogmatismo no es capaz de combatir la sobredosis de información que bombardea nuestros sentidos a través de los medios, desviando nuestra atención hacía las necesidades del cuerpo, que son las que promueven el consumismo, frente a las necesidades del alma, que promueven la moralidad de las personas y se transmite de forma evidente por el ejemplo.

La conciencia, en sus inicios, está claro que progresa rápidamente conforme evoluciona la inteligencia y se va enriqueciendo de nuevas experiencias.
La conciencia individual, que se presenta incluso en muchas especies de animales gracias al instinto, en el hombre, en cuanto a conocimiento de uno mismo, toma dimensiones ciertamente sofisticadas cuando añadimos la personalidad y las circunstancias individuales.
De esta forma vivimos en mundo cada vez más lleno de riquezas sensoriales e intelectivas que llaman nuestra atención y que incorporamos al conjunto de necesidades e identificaciones. Nos identificamos con un tipo de música que nos hace vibrar, una ropa que nos realza estéticamente, una ideología política afín a nuestros intereses, etc.
Pero, ¿Sin nuestras identificaciones en qué nos quedaríamos? Las necesitamos incluso para aumentar nuestra autoestima, como quien construye sobre arena.
Conforme nos cansamos de ciertas identificaciones nos encargamos de adquirir otras nuevas picando de flor en flor.
¿Qué es lo que estamos tapando con tanta sofisticación de nuestra persona? Nos ocultamos detrás de la mascara de nuestra personalidad y mantenemos nuestra conciencia distraída lejos de nuestras inseguridades y temores reales.
El hombre primitivo se movía principalmente por instinto. El instinto de supervivencia era la principal influencia que recibía su conciencia, centralizando todos sus recursos en dicho fin. El hombre moderno sigue influenciado por los instintos, incluido el de supervivencia. Evidentemente las comodidades de la época actual satisfacen habitualmente con creces nuestras necesidades básicas, aunque no faltan los académicos que identifican al hombre con un “animal” social, que necesita sobrevivir en los diferentes ámbitos de su entorno. Según esta teoría, el instinto de supervivencia nos impulsaría a enfrentarnos con nuestro entorno, ahora social, siendo verdaderos rapaces de los negocios, de las relaciones, etc.
Cuando un apego lo trasladamos al conjunto de necesidades básicas, el instinto de supervivencia empieza a velar en nuestro inconsciente para que no carezcamos de ello. El problema real de las personas que llevan su instinto de supervivencia fuera de las necesidades básicas naturales es por tanto el apego. La teoría expuesta anteriormente sólo sería comprobable, por tanto, en sujetos apegados al poder, dinero, éxito, etc. Lo cual fácilmente puede conducir a error si las estadísticas se realizan simplemente con personas que siguen el mismo patrón moral. Por tanto esta teoría nunca sería verificable en personas libres de apegos como consecuencia de evolución moral.

Debemos preguntarnos, entonces, qué apegos hemos convertido en necesidades, esclavizándonos. Nuestro comportamiento se verá influenciado instintivamente de forma inconsciente. Nuestra libertad por tanto será relativa, dominada por los diversos vicios.
Cuando no podemos satisfacer nuestras necesidades artificiales, nuestro comportamiento se vuelve desesperado, irascible e incluso irracional, al brotar en nosotros el miedo a la carencia. Podemos decir entonces que el miedo es, en muchos casos, el principal motor de nuestra conciencia.
Sin apegos no tendríamos el miedo que conlleva la carencia, pero las verdaderas necesidades no podemos eliminarlas por lo que el problema real, aunque eliminar vicios sea fundamental, es eliminar el miedo.

El miedo es producido por la ignorancia. Eliminemos la ignorancia y un sentimiento de seguridad surgirá en nuestro interior. El estudio continuado de la Codificación de la Doctrina Espírita de Allan Kardec es la herramienta ideal para el cultivo de la Fe Razonada que nos llevará al conocimiento espiritual.
El cambio de conciencia es un proceso gradual conforme vamos liberándonos de los diferentes apegos y a la vez aumentamos nuestro conocimiento espiritual. Siguiendo con el razonamiento de las consecuencias de nuestros apegos sobre nuestros comportamientos, detectemos en nosotros cualquier arrebato de ira, irracionabilidad, enfrentamiento, etc. para buscar dentro de nosotros el interés que lo causó. De esta forma será más fácil para nosotros traer a la consciencia aquellos elementos que dominan nuestro psiquismo desde nuestro inconsciente.

Ante la falta de seguridad material, la mente construye la ilusión del egoísmo. El egoísmo es, por tanto, un autoengaño que permite acallar temporalmente la inseguridad material. Es una ilusión o engaño porque lejos de resolver el problema lo agrava moralmente. ¿De qué sirve acumular riquezas a un egoísta cuando esta misma noche puede ser que le llamen para retornar a la erraticidad?
La mente, ante la inseguridad emocional, crea paralelamente también un egoísmo emocional que se traduce en la necesidad de manipular directa o indirectamente a los demás, con fin de garantizarse el suministro de atenciones y demostraciones de cariño suficientes para sentirse querido.
Existen muchas técnicas de manipulación emocional, la mayoría de las cuales las practicamos incluso sin nuestro conocimiento consciente.

1. Enfados irracionales: Necesitamos que los demás nos hagan caso aunque para ello nos tengamos que irritar. Hemos aprendido que cuando gritamos, los demás tienden a hacer nuestros deseos por respeto, autoridad, o bien para que no haya mayores consecuencias. Nos justificamos diciendo que tenemos un carácter fuerte y que somos de esa forma de ser, cuando lo cierto es que cada vez bajamos más el límite de nuestros enfados con el fin de conseguir cada vez objetivos menores.
2. Enfados racionales: Nos enfadamos seriamente cuando nos llevan la contraria puesto que siempre tenemos que tener razón. No nos cuesta en absoluto justificar racionalmente nuestros argumentos hasta convencer a los demás. Somos nuestras propias víctimas puesto que el orgullo nos ciega.
3. Lamentos y quejas: Utilizamos la queja para atraer hacia nosotros atenciones, cariño y ayuda de los demás que de otra forma pensamos que no tendríamos. De esta forma explotamos nuestras dolencias terminando por agrandarlas psicosomáticamente y adormeciendo la conciencia por el correspondiente autoengaño realizado.
También podemos ver la queja como una petición de ayuda encubierta con fin de no herir nuestro orgullo. Pensamos que nos ayudan porque nos quieren pero no porque lo hayamos pedido.
Llegamos al chantaje con frases como “Ay si pudiera/tuviera pero...” (p. Ej. “Ayudaría más si tuviera... pero no puedo”). Intentamos hacer lo mismo con Dios, quejándonos de nuestras pruebas olvidando que el mecanismo de asistencia infalible es la oración sincera y humilde.
4. Mentiras: Utilizamos la mentira con diversos fines e incluso la justificamos considerándola un mal menor. Siempre somos víctimas de nuestras propias mentiras que normalmente terminamos creyéndonos nublando la conciencia.
5. Chantaje emocional: Somos encantadores mientras todos hacen lo que esperamos de ellos, pero nos ponemos desagradables en cuanto se nos lleva la contraria, como el niño que no consigue su juguete ansiado.
Producto de una conciencia todavía infantil, comercializamos con nuestro comportamiento con fines egoístas.
Todas estas manipulaciones son realmente producidas por el egoísmo emocional, el cual nunca se conforma ni tiene suficiente por muchos cariños y atenciones que podamos llegar a atesorar. El problema real es el vacío emocional interior producido por nuestras inseguridades, que en el plano emocional nos generan el miedo a la soledad, al abandono o a la falta de reconocimiento y afectividad. Nos concentramos en recibir amor, en lugar de darlo, desconocimiento que recibiremos tanto en función de lo que demos, o bien que colectaremos aquello que cosechemos.

Otras inseguridades de carácter mental nos influyen de forma análoga a las inseguridades emocionales. En esta ocasión, la mente, se creará una estructura mental, el orgullo, que genera la ilusión necesaria para evadirnos del problema real, orientando la conciencia nuevamente hacia el exterior. El orgullo por tanto también adormece a la conciencia. La razón, por tanto, de que la mente sea tan reacia a eliminar el orgullo, es porque sin él, se destaparían todos los miedos mentales que hasta la fecha no ha sabido curar. El vacío es interior y no puede ser tapado con identificaciones exteriores accesorias. Somos colosos por fuera materialmente, estéticamente, incluso intelectualmente, pero huecos por dentro, con exiguas conquistas morales.
El presente artículo va dirigido a todos aquellos que quieren mirar hacia adentro, para que busquen realmente la raíz de su problema individual. Cada caída, enfado, mentira, queja, juicio, angustia, tiene una lectura interior que nos indica una carencia. No nos quedemos sólo en la reacción exterior, meditemos la causa interna que nos llevó a reaccionar de esa forma y comprenderemos que nos falta Fe, Conocimiento y Amor. Estudiemos la Doctrina Espírita, fuente de conocimiento espiritual que nos lleva a la Fe Razonada, y practiquemos las enseñanzas del Evangelio, porque ya dijo Allan Kardec: “Fuera de la Caridad, no hay Salvación”.

J.I.Modamio
Centro Espírita “Entre el Cielo y la Tierra”

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