miércoles, 13 de noviembre de 2013

Los hijos difíciles


Cada nuevo hijo que recibimos en el hogar es, sin duda, un motivo de alegría, de esperanza. Representa la culminación del amor que une, o que debe unir, a la familia.

Cuando recibimos en nuestros brazos a ese pequeñín, y aún antes, idealizamos para él un futuro lleno de proyectos, anhelos, esperanzas, salud orgánica e inteligencia.

Sin embargo, más tarde o más temprano, en la medida que van creciendo, que se van desarrollando física y psicológicamente vamos descubriendo al verdadero ser que nos ha sido entregado y que con tanto amor hemos acogido.

En ocasiones la tierna criatura que nos fue entregada desaparece para reaparecer más adelante como un pequeño tirano. Junto a los hijos buenos, obedientes, pacíficos surgen también aquellos otros que ponen constantemente a prueba nuestra paciencia, nuestra serenidad, aquellos que son problemáticos.

La relación familiar con estos niños desobedientes, rebeldes, a menudo nos ocasiona angustias, tensiones emocionales, preocupaciones sin fin, y cansancio físico y psicológico, por presentar un temperamento fuerte, diferente.

Es frecuente escuchar a los padres quejarse y sucumbir por no saber cómo tratarlos, cómo reconducirlos, cómo disciplinarlos. Hay mucho miedo en los padres a perder los papeles porque esta situación desemboca, a menudo, en episodios violentos y agresivos dentro del hogar.

Desde el punto de vista que nos ofrece la Doctrina Espírita somos conscientes de que los lazos de familia no se verifican por el azar pues, como sabemos, hay una ley Divina que comanda el destino y la unión de las almas para la vivencia reencarnatoria.

Nuestros hijos son espíritus encarnados y podemos decir que no son nuestros, sino que han sido entregados por Dios a nuestro cuidado para que les propiciemos oportunidades para el progreso al mismo tiempo que progresamos junto a ellos.

Desde este punto de vista, es muy posible que esos sueños y anhelos, esos planes que tenemos para ellos hayan sido trazados por nosotros mismos en el Mundo Espiritual, mucho antes de reencarnar.
Siendo así, no podemos ni debemos alarmarnos si nuestros hijos nos presentan problemas y dificultades desde la más tierna edad.

Estos hijos problemáticos son aquellos que la Ley de Causa y Efecto nos presenta, nos devuelve para la convivencia familiar, de manera que juntos podamos rehacer nuestros destinos a través de las diferentes situaciones que se nos presentan. Este reencuentro que la Sabiduría Divina nos proporciona nos ofrecerá la ocasión para emprender nuevos rumbos para un mejor futuro espiritual. Sería una oportunidad para la reconciliación con aquellos que en un pasado tortuoso posiblemente herimos, o con aquellos por los que fuimos heridos.

El Espíritu Emmanuel nos esclarece en este punto cuando dice: “Los hijos problemáticos son aquellos mismos espíritus a los que perjudicamos desfigurándoles el carácter, envenenándoles los sentimientos.”
Ellos son hijos de nuestras propias obras y de nuestros propios actos en vidas pasadas. Hijos estos que la Misericordia de Dios reúne en el núcleo familiar para el debido acercamiento y la reparación a través de la convivencia y la Educación.

En el Evangelio según el Espiritismo nos enseña: "No despreciéis, por lo tanto, al hijo que desde la cuna rechaza a la madre, ni a aquel que os paga con la ingratitud: no fue el acaso el que lo hizo así y el que lo envió. Una intuición imperfecta del pasado se revela y de ella podéis deducir que uno u otro ya odió o fue odiado, que uno u otro vino para perdonar o para expiar".

Sin embargo, no siempre estos hijos problemáticos surgen como consecuencia de desencuentros habidos en el pasado. En la mayoría de los casos es nuestra irresponsabilidad y falta de compromiso como padres en la actualidad lo que se traduce en hijos tiránicos y rebeldes.

Los padres, ejercen una influencia muy grande y tienen la misión de procurarles todos los medios para su progreso moral a través de la Educación, como encontramos en el Libro de los Espíritus.

“Dado que el Espíritu encarna con miras a perfeccionarse, durante ese periodo (la infancia), es más permeable a las impresiones que recibe y que pueden favorecer su adelanto, al cual deben contribuir quienes están a cargo de su educación.”- L.E

El Espíritu, independientemente de su pasado, encarna en un cuerpo infantil para ser educado de nuevo, es decir, ser reeducado para resolver aquellas carencias, defectos y malas inclinaciones que emergen del pasado.

“La fragilidad de los primeros años los vuelve flexibles, accesibles a los consejos de la experiencia y de quienes deben hacerlos progresar. Entonces es cuando se puede reformar su carácter y reprimir sus malas inclinaciones. Tal es el deber que Dios ha confiado a los padres, la misión sagrada por la que tendrán que responder.”-L.E

La espiritualidad nos recuerda el carácter sagrado de la paternidad.

Casi siempre nos olvidamos de esta sublime misión, con terribles consecuencias en el futuro.
De ello podemos extraer algunas conclusiones que pueden ayudarnos a conducirnos en la educación de estos hijos.

En primer lugar, que nuestra actitud ha de ser siempre constructiva no permitiendo que la amargura y la desesperación tomen posiciones que dificulten aún más la relación.

No podemos olvidar que muchos padres se sienten terriblemente castigados por la culpa, planteándose en qué han podido equivocarse, recreándose en la idea de que la suerte, el azar, el destino ha querido castigarles enviándoles un hijo problemático.

Es más que conveniente rechazar estas ideas que únicamente nos procurarán tormentos y nos imposibilitarán para la responsabilidad que verdaderamente nos cabe.

En segundo lugar, que debemos mostrarnos siempre, y por encima de todo, comprensivos, amorosos y agradecidos por la oportunidad que se nos está ofreciendo, lo que modificará en gran medida de nuestros patrones mentales y de comportamiento.

La gratitud es una actitud que nos ayudará en la tarea que se nos ha encomendado.
Si sabemos que somos espíritus inmortales podemos intuir también cuantos errores pudimos cometer con anterioridad, y recibir en nuestro hogar uno de estos espíritus es la oportunidad grandiosa de rehacer el pasado cooperando en la recuperación de espíritus infelices que, posiblemente, llevaban esperando este reencuentro desde hace mucho tiempo.

Por último, ofrecer a nuestros pequeños, por todos los medios, una buena Educación moral desde la más tierna infancia que les procure en el futuro herramientas adecuadas para conducirse y que posibilite el perfeccionamiento y mejora a la que son susceptibles como espíritus inmortales.
Nos cabe pues la responsabilidad de otorgarles las alas que precisan para poder volar y elevarse con seguridad para las regiones de luz.

La ocasión entonces se presenta como un momento de felicidad para la iluminación de nuestros corazones a través del Amor, la entrega, el servicio y el progreso mutuo.
Valle García
Comisión de Infancia, Juventud y Familia de la FEE.


1 comentario:

Anónimo dijo...

tienen mucha rason yo soy una madre que tiene que actuar responsablemente y ser yo la que lleve la paz al corazon de mi hija. no el odio